Comprender la diferencia entre problema y conflicto es fundamental para encontrar las estrategias psicológicas más eficaces para gestionar ambas situaciones. Conocer nuestros estados internos, ponerles un nombre y comprender su dinámica nos permitirá afrontarlos de la mejor manera posible y tomar decisiones de las que no tengamos que arrepentirnos en el futuro, manteniendo bajo control los estados afectivos para evitar tocar fondo emocionalmente.
¿Qué es un problema – y qué no lo es?
El término problema suele usarse para referirse a diferentes situaciones. Un problema, por ejemplo, puede ser una pregunta para la cual no tenemos respuesta, pero también una situación que nos incomoda de la cual no sabemos cómo salir.
El problema psicológico se produce cuando intentamos conseguir un fin, pero encontramos un conjunto de circunstancias que nos lo impiden. En ese caso, se convierte en un obstáculo en nuestro camino porque no sabemos cómo eliminarlo o esquivarlo.
De hecho, cabe aclarar que muchas veces llamamos “problema” a situaciones que solo son dificultades o contratiempos. Por ejemplo, si el metro o el autobús se retrasa, es un inconveniente. En cambio, si lo cancelan y no sabemos cómo llegar a nuestro destino, es un problema.
Por consiguiente, los problemas son todas aquellas situaciones para las cuales no tenemos una solución inmediata, circunstancias que no podemos resolver inmediatamente, de manera que nos obligan a pensar en una estrategia resolutiva.
¿Qué es un conflicto exactamente?
El conflicto se produce cuando existen dos intereses contrapuestos. En los conflictos interpersonales, por ejemplo, hay una situación que se debe resolver, pero las personas involucradas no logran ponerse de acuerdo porque tienen intereses, expectativas o puntos de vista diferentes.
En el conflicto interpersonal, el desencuentro se produce en nuestro interior. Cuando afrontamos determinada situación, una parte de nosotros desea algo y otra parte desea lo opuesto. Podemos ser conscientes, por ejemplo, de que “debemos” hacer algo, pero en realidad “deseamos” hacer otra cosa. O podemos experimentar al mismo tiempo emociones divergentes, como la atracción que nos empuja a la acción y el miedo que nos detiene. Esas fuerzas que empujan en sentidos diferentes generan un conflicto.
Al igual que ocurre con los problemas, a menudo calificamos como “conflictos” situaciones que no lo son o que en realidad son pseudoconflictos. Tener diferencias o incluso manifestar una oposición, por ejemplo, no implica la existencia de un conflicto per se. Para que se produzca un conflicto es necesario que se pongan en marcha dos fuerzas que empujen en sentidos contrarios justo en el momento en que es necesario que esas fuerzas converjan y se unifiquen para poder tomar una decisión o hacer algo.
Por consiguiente, las situaciones conflictivas implican una dualidad de la que es difícil escapar.
¿Cuál es la principal diferencia entre problema y conflicto?
Por definición, el conflicto es un desacuerdo, una contradicción que surge a partir de la incoherencia de juicios, objetivos, intereses, inferencias, conclusiones u opiniones sobre determinados aspectos. En cambio, el problema es un asunto o situación que se considera desagradable o dañina, pero que no podemos superar inmediatamente debido a que carecemos de los recursos materiales, cognitivos, emocionales o de cualquier otra índole para hallar una solución.
Por tanto, la principal diferencia entre problema y conflicto radica en su carácter. Mientras el conflicto tiene un carácter dicotómico porque siempre implica al menos dos posturas o fuerzas contrapuestas, incluso cuando se trata de un conflicto intrapersonal, los problemas adolecen de esa dicotomía pues solo implican una dificultad, duda o incertidumbre que debemos solucionar.
Como se trata de realidades psicológicas diferentes, la manera de abordarlas también difiere. De hecho, no es casual que existan tanto técnicas de resolución de conflictos como estrategias de resolución de problemas.
Las técnicas de resolución de conflictos se enfocan en lograr que las fuerzas divergentes confluyan para salir de la situación de estancamiento. Ya sea a nivel interpersonal o intrapersonal, se trabaja para comprender los pros y contras de cada postura, hallar los puntos en común, establecer un objetivo, aclarar las cesiones que se deben realizar y, finalmente comprometerse con el cambio.
En cambio, las estrategias de resolución de problemas son procesos enfocados en buscar soluciones. Aunque implican el análisis de la situación y tienen en cuenta la meta a la que deseamos llegar, el trabajo se enfoca más en promover un pensamiento divergente que dé lugar a ideas creativas y originales para eliminar el obstáculo o dar respuesta a la duda.
Por consiguiente, mientras que las técnicas de resolución de conflictos potencian la convergencia, las estrategias de resolución de problemas estimulan la divergencia. Las diferencias en el abordaje del problema y el conflicto se deben a que, aunque ambos suelen conducir a una parálisis, sus mecanismos psicológicos de base son distintos.
En el conflicto, la parálisis se debe a fuerzas divergentes que empujan en direcciones opuestas, lo cual genera indecisión y nos mantiene atados a la situación. En cambio, muchas veces los problemas nos bloquean debido a nuestra rigidez mental; o sea, al hecho de que somos incapaces de ver más allá de lo que está ocurriendo para buscar soluciones.
Problemas y conflictos: dos realidades psicológicas no excluyentes
En nuestro día a día enfrentamos muchos problemas y conflictos. Generalmente se trata de situaciones intrascendentes que podemos resolver rápidamente y no volvemos a pensar en ellas. Sin embargo, en algunos casos los problemas y conflictos pueden coincidir provocando una gran angustia emocional que nos conduce a la parálisis.
Por ejemplo, podemos encontrarnos ante problemas vitales cuyas posibles soluciones nos generen conflictos internos. En esos casos, las soluciones que vislumbramos nos resultan conflictivas, de manera que somos incapaces de decidirnos. Así el conflicto termina alimentando y prolongando el problema.
No obstante, también puede ocurrir lo puesto: los conflictos latentes pueden generar problemas en nuestras relaciones interpersonales o en nuestro mundo interior. En estos casos, el problema puede terminar agravando el conflicto, condenándonos a la parálisis y la angustia.
Comprender la diferencia entre problema y conflicto, así como los mecanismos psicológicos que se encuentran en su base, nos ayudará a arrojar un poco de luz sobre lo que sucede para que podamos encontrar el mejor camino o, al menos, ponernos en movimiento para salir de una situación de parálisis que a menudo es profundamente desgastante desde el punto de vista emocional.
Fuentes:
Schmindt, H. G. et. Al. (2011) The process of problem-based learning: what works and why. Medical Education; 45(8): 792-806.
Lichbach, M. I. et. Al. (1981) The Conflict Process: A Formal Model. Journal of Conflict Resolution; 25(1): 10.1177.
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