Necesitamos y queremos la cercanía e intimidad, pero esa misma necesidad nos vuelve vulnerables y a veces hace que permitamos que las personas más cercanas nos lastimen. El psicólogo Frank Fincham explicó esa necesidad paradójica usando la metáfora “El abrazo del puerco espín”.
En medio del frío, dos puerco espín se abrazan para mantenerse calientes, acercándose cada vez más, hasta que las púas de uno comienzan a penetrar en la piel del otro. Entonces se separan, pero cuando el frío los atenaza, vuelven a acercarse demasiado hasta hacerse daño.
Una dinámica similar puede repetirse en nuestras relaciones interpersonales si perdonamos continuamente y cada vez nos vuelven a herir. Esto nos lleva a preguntarnos si debemos perdonar continuamente con tal de mantener el status quo y preservar la relación o si existe un límite más allá del cual ya no podemos ni debemos seguir perdonando.
De tanto perdonar, el corazón se desgasta
El perdón es positivo. No cabe dudas. Un estudio realizado en la Universidad de Washington comprobó que perdonar una transgresión reduce tanto la presión arterial de la víctima como de la persona que cometió la transgresión. Otro estudio desarrollado en la Universidad de Miami reveló que el perdón aumenta la satisfacción con la vida de la víctima y mejora su estado de ánimo.
Sin embargo, ¿qué sucede cuando perdonamos a alguien que no ha intentado compensar la transgresión? ¿Qué pasa cuando perdonamos a quien no se arrepiente sinceramente y le permitimos seguir a nuestro lado? ¿Qué sucede cuando perdonamos a una persona que nos ha lastimado repetidamente?
Psicólogos de la Northwestern University se plantearon esas mismas preguntas y, en una serie de experimentos, descubrieron que perdonar a una persona que no intenta hacer las paces después de su mala acción y permitir que siga compartiendo nuestra vida termina erosionando nuestra autoestima y afecta nuestro autoconcepto. En otras palabras, si perdonamos en repetidas ocasiones a una persona que no se ha disculpado y le permitimos seguir como si nada a nuestro lado, perdemos el autorespeto y nos sentimos más confundidos acerca de nuestra identidad. Es lo que se conoce como “efecto felpudo”.
¿Qué es el efecto felpudo?
“No pasa nada”, “no te preocupes, todo está bien”, “la próxima vez será diferente”, “olvidemos lo ocurrido”… Estas y otras frases, que quizá te suenen familiares, son habituales en el efecto felpudo, una situación desgastante en la que una persona cede y perdona al otro repetidamente, permitiendo que vulneren sus derechos una y otra vez.
El efecto felpudo hace referencia a la tendencia a perdonar siempre, sin tener en cuenta las consecuencias negativas que provoca ese perdón en nosotros. En práctica, es poner a la otra persona o a la relación por encima de nuestras necesidades emocionales.
Los motivos para perdonar repetidamente y convertirnos en un felpudo son muy diferentes, desde haber instaurado una relación de dependencia emocional hasta la creencia de que perdonar es bueno o dejarnos llevar por la presión social, que rara vez tiene en cuenta los detalles de una relación en particular.
Esta dinámica es bastante común en las relaciones afectivas, sobre todo en la pareja o con los progenitores, aunque también se aprecia en el entorno laboral, donde podemos perdonar continuamente las afrentas por miedo a perder nuestro puesto de trabajo.
Las consecuencias psicológicas de perdonar continuamente
Perdonar una y otra vez, sin que exista un verdadero arrepentimiento y cuando estamos en una posición de desventaja, puede llegar a ser autodestructivo. Si una persona nos daña continuamente, deberíamos valorar cómo salir de esa situación, no volver a ponernos en la línea de fuego.
Se ha demostrado que, en una relación con un desequilibrio de poder, la persona con poder tiene menos probabilidades de perdonar que la persona que no lo tiene. Perdonar a alguien que nos ama y valora menos de lo que le amamos o valoramos, implica emprender un viaje a la sumisión y la desvalorización personal.
El efecto felpudo puede conducirnos a situaciones que provocan un gran desgaste psicológico. Los daños que sufre nuestra autoestima son tan grandes que corremos el riesgo de desarrollar una indefensión aprendida. Por nuestro propio bienestar psicológico, debemos asumir que hay límites y excepciones.
No es el acto de perdonar en sí, sino lo que sucede después
En realidad, perdonar puede ser extremadamente liberador e incluso imprescindible para cerrar una etapa de nuestra vida y comenzar otra. Albergar ira, resentimiento y amargura no nos hace ningún bien, por lo que muchas veces es mejor dejar ir.
De hecho, se ha demostrado que cuando una persona intenta enmendar su error y se disculpa, perdonarla mejora nuestra autoestima y autoconcepto. El verdadero problema no radica en el perdón, sino en lo que sucede después.
Podemos perdonar incluso un gran agravio si esa persona se arrepiente sinceramente y tenemos la certeza de que nos valora y hará todo lo posible por no volver a cometer ese error. Sin embargo, cuando el perdón genera un desequilibrio de poder y se convierte en una carta blanca para que el otro nos siga ultrajando o causando daño, tenemos un problema.
Esto significa que para perdonar a alguien y permitirle que siga a nuestro lado, debemos sentirnos seguros y valorados en esa relación. Caso contrario, podemos perdonar como un acto para exorcizar nuestros propios sentimientos negativos, pero asegurándonos de que esa persona no estará más a nuestro lado para causarnos daño.
Debemos comprender que el perdón forma parte de un proceso terapéutico para sanar nuestras heridas emocionales, pero también debemos ser conscientes de que hay situaciones en las que no es aceptable ni recomendable.
“Errar es humano y perdonar es divino, pero repetir una y otra vez el mismo error es estúpido”, apuntó el consejero espiritual Jaime Sin.
Fuentes:
Luchies, L. B. et. Al. (2017) People feel worse about their forgiveness when mismatches between forgiveness and amends create adaptation risks. Journal of Social and Personal Relationships; 36(2): 681-705.
Hannon, P. A. et. Al. (2012) The soothing effects of forgiveness on victims’ and perpetrators’ blood pressure. Personal Relationships; 19: 279-289.
Luchies, L. B. et. Al. (2010) The doormat effect: When forgiving erodes self-respect and self-concept clarity. Journal of Personality and Social Psychology; 98: 734-749.
Bono, G. et. Al. (2008) Forgiveness, feeling connected to others, and well-being: Two longitudinal studies. Personality and Social Psychology Bulletin; 34: 182-195.
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