
Desde que somos pequeños, nos enseñan a tener un objetivo. La sociedad se apresura a decirnos que debemos fijar la vista en una meta y no desviarnos de ella. Los coaches y gurús nos advierten que, si queremos llegar lejos, debemos plantearnos un propósito en la vida. Incluso Friedrich Nietzsche dijo que “quien tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.
Y, sin embargo, quizá ese sea uno de nuestros principales problemas: nos planteamos tantos objetivos y tan ambiciosos que terminan agobiándonos, ocupando gran parte de nuestro tiempo y energía, por lo que a la larga, en vez de convertirse en un aliciente para vivir, nos arrebatan cada minuto empujándonos a enfocarnos en un futuro que aún no existe.
La vida como un plan de negocios
El filósofo Byung-Chul Han señalaba que uno de los riesgos de plantearnos la vida como una “empresa”, es que nuestra existencia se transforme en una competencia frenética y un tanto miope en la que somos “amos” y “esclavos” al mismo tiempo. Nos convertimos en personas que se autoexplotan para conseguir unos objetivos que muchas veces ni siquiera están alineados con nuestros verdaderos sueños e ilusiones, solo porque son los logros que se supone que debemos alcanzar.
A nivel social, todo nos empuja a “lograr más” o “ser mejor”. En el fondo, esos mensajes nos instan a ver nuestra vida como una especie de plan de negocio con objetivos bien definidos, programas diseñados milimétricamente y, por supuesto, una estrategia de control de riesgos para que nada se salga del camino previsto.
Ese vocabulario propio del mercado se ha trasladado a nuestra existencia y lo hemos asumido e internalizado sin cuestionarlo, porque pensamos que es la forma más racional y útil de gestionar nuestro principal activo: la vida.
Pero lo cierto es que la vida no está para sacarle provecho – en el sentido material del término – sino para ser vivida y experimentada. Como señala la famosa frase de Søren Kierkegaard: “la vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada”.
Al tratar la vida como un balance de pérdidas y ganancias, caemos en la trampa de medir nuestro valor en función de resultados. Así las experiencias dejan de ser significativas en sí mismas y se convierten en escalones hacia metas que, muchas veces, ni siquiera nos llenan.
Aunque lo peor de todo es que, cuando nos damos cuenta de que no podemos alcanzar determinados objetivos y que nuestra inversión emocional ha caído en saco roto, nos sentimos frustrados y lo vivimos como un “fracaso” personal o una falta de capacidad. Nos convencemos de que, si no lo logramos, es porque no nos esforzamos lo suficiente. Nos culpamos. Recriminamos. Vapuleamos. Y volvemos a la carga, con otros objetivos en la mochila.
Y, sin embargo, en algunos casos lo que necesitamos no son nuevas metas, sino redescubrir el sentido de la falta de propósito.
La trampa de los objetivos
Nuestro cerebro está programado para buscar patrones y asignar significados, pero a veces en el esfuerzo por buscar un sentido a algo que no lo tiene nuestra mente se complica, enredándose en sí misma, perdiéndose en mil y una preocupaciones. Por ese motivo, valdría la pena preguntarse: ¿por qué la tarea de vivir no nos parece suficiente por sí misma y nos sentimos obligados a buscar “objetivos” complementarios?
Si pasamos casi todo nuestro tiempo concentrados en lograr un objetivo tras otro, es probable que desarrollemos una visión túnel que nos impida ver y aprovechar los diferentes «desvíos» placenteros que la vida, en su riqueza infinita, nos ofrece.
Es probable que, cualquier cosa que no se ajuste a nuestras nociones preconcebidas sobre adónde debemos ir y cómo debemos llegar hasta ese punto, la descartemos como imprudente, superflua o injustificada. Y, sin embargo, a menudo esos “desvíos” son una pieza clave para nuestro bienestar emocional o incluso para desarrollar la creatividad.
Un estudio realizado en la Universidad Abierta de Japón descubrió que tanto el ikigai como el shiawase son esenciales para el bienestar. El ikigai hace referencia a encontrar la razón para ser mientras que el shiawase indica un sentimiento de deleite y paz orientado hacia el presente. Ambos, en estrecha sintonía, reducen el riesgo de sufrir ataques cardíacos, derrame cerebral, demencia, apoplejía y depresión, alargando la esperanza y calidad de vida.
Cuando no tienes propósito, tienes libertad
Cuando nos deshacemos de la presión por cumplir una meta, podemos disfrutar de cada paso del camino e incluso atrevernos a explorar sin miedo al error. Son esas actividades aparentemente sin propósito las que nos llevan a experimentar un estado de felicidad natural – no esa felicidad prefabricada asociada a tener una vida aparentemente perfecta.
¿Cuáles son esos comportamientos sin propósito?
Tirar una pelota al aire solo para experimentar la satisfacción infantil de atraparla. Jugar con tu mascota o incluso tener largas conversaciones con ella. Quedarte mirando el mar. Dibujar mandalas, hacer garabatos o pintar cualquier cosa que se te ocurra, por el simple placer de hacerlo, sin pretender emular a Miguel Ángel o Botticelli. Observar el paso de las nubes y jugar a encontrar imágenes en sus formas. Cantar, bailar o perderse (metafóricamente) en el bosque escuchando la armonía de la naturaleza…
Existe un número casi infinito de otras actividades supuestamente “superfluas”, sin ningún propósito. Cualquier cosa puede encajar, siempre que la disfrutemos y no tengamos ningún motivo oculto.
De hecho, ¿te recuerdas cómo jugabas cuando eras niño?
No tenías un objetivo en mente, simplemente te divertías.
Ese comportamiento enfocado en el mero placer, en lugar de dirigirse a cumplir una meta, es extemporáneo, espontáneo y sin objeto. No tiene un motivo pragmático, no conlleva a una recompensa y no es competitivo ni pretende impresionar a nadie, sino que implica una satisfacción intrínseca. Se inicia simplemente por el inocente y divertido disfrute del mismo.
No es impulsivo, sino espontáneo. Tampoco es involuntario ni imprudente, por lo que se aleja del hedonismo autodestructivo. Aunque no está dirigido a lograr nada en particular, esa saludable falta de propósito satisface una necesidad fundamental del “yo”: disfrutar.
Lo interesante es que mientras estamos inmersos en esas actividades, nuestro sentido de la limitación desaparece, al igual que la timidez o los miedos. Sumergidos en ese mundo, experimentamos nuestra libertad esencial. La ligereza intrínseca a esas actividades nos ayuda a aliviar las tensiones acumuladas, dejar atrás la tristeza y deshacernos de las preocupaciones, logrando un estado de paz interior y una sensación de bienestar.
Esa falta de propósito, entendida como lo que no se planifica para el futuro, está indisolublemente ligada al placer. No nos preocupamos por los resultados, el juicio o la crítica sino simplemente por exprimir al máximo el momento presente. Eso hace que la actividad sea gratificante en sí misma.
Por desgracia, ese comportamiento se va extinguiendo a medida que crecemos y comenzamos a planificar. Entonces las conductas espontáneas que disfrutamos transmutan en tareas que conducen a un objetivo preestablecido de antemano. Lo primero suele considerarse infantil y superfluo. Lo segundo útil y maduro.
La falta de propósito, una oportunidad para reinventarte
Por supuesto, no se trata de llevar una vida vacía y carente de sentido ni de convertirnos en hojas movidas por el viento. Tampoco se trata de olvidarnos de los objetivos. Nada de eso.
Se trata de que, frente al agobio de una vida llena de metas, planes y proyecciones, podamos plantearnos una existencia más plena y relajada enfocada en la alegría de ser. Implica entender la vida misma como un propósito.
A fin de cuentas, todas esas acciones sin propósito en realidad son experiencias que alimentan el alma. Lo que a nivel social puede parecer inútil, a nivel psicológico puede ser extremadamente valioso.
Por tanto, la sensación de falta de propósito puede ser una oportunidad para replanteárnoslo todo y encontrar un sentido mucho más profundo que actúe de manera transversal y nos permita disfrutar de lo único que realmente tenemos: la vida.
Referencias Bibliográficas:
Boreham, I. D. & Schutte, N. S. (2023) The relationship between purpose in life and depression and anxiety: A meta-analysis. Journal of Clinical Psychology; 79(12): 2736-2767.
Kumano, M. (2018) On the Concept of Well-Being in Japan: Feeling Shiawaseas Hedonic Well-Being and Feeling Ikigai as Eudaimonic Well-Being. Applied Research Quality Life; 13: 419–433.
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