
Los ataques de pánico suelen atacar esencialmente a las personas entre los 25 y los 64 años de edad, su prevalencia es menor entre los 18 y los 24 años yf su incidencia desciende notablemente después de los 65 años. Cuando los ataques de pánico logran cerrar su círculo de miedo y respuestas exageradas ante la posibilidad de experimentarlos, suelen ser una psicopatología muy discapacitante y de difícil tratamiento.
Sin embargo, considero que una de las vías más efectivas para combatir los ataques de pánico es conocer el mecanismo que se encuentra en su base. Anteriormente hice referencia a sus síntomas, así que ahora retomaré directamente su curso.
Fases de las crisis de angustia
1. Ansiedad anticipatoria. Esta primera fase se sustenta en la comunicación que transcurre de manera no consciente entre la mente y el cuerpo. Pongámoslo en palabras sencillas: continuamente estamos valorando el medio en el cual nos movemos, llega un momento en el cual, por algún u otro estímulo del ambiente, la mente considera que se aproxima una situación temida y estimula un proceso donde se activan las defensas del organismo para hacerle frente a un peligro. Usualmente se activan imágenes anteriores donde nos encontramos en una situación de peligro similar que generan una gran ansiedad.
2. El ataque de pánico. La relación entre mente-cuerpo deja de ser silenciosa y subrepticia. El cuerpo aumenta su presión arterial, el ritmo cardiaco, existen dificultades para respirar… estas respuestas corporales son recogidas por el cerebro que inmediatamente confirma que estamos en una situación de peligro extremo y activa nuestras respuestas defensivas (la más clásica es salir corriendo). Además, el sistema nervioso central, en su intento de solucionar la situación, suele acentuar los síntomas físicos (se libera adrenalina, noradrenalina y se desarrolla un temor descontrolado).
Este miedo extremo provoca cambios fisiológicos: se incrementa el metabolismo celular, aumenta la concentración de glucosa en sangre, el sistema inmunológico se detiene, aumenta el flujo sanguíneo a los músculos mayores, se dilatan las pupilas y los lóbulos frontales se desactivan parcialmente (no necesitamos pensar mucho cuando estamos en una situación de riesgo vital sino que experimentamos la necesidad urgente de huir).
Aunque puede parecernos que el ataque de pánico es exclusivamente humano lo cierto es que es una de las conductas más antigua de los seres vivos conocida como respuesta de lucha-huida que les permite sobrevivir en un medio adverso.
En esta fase la persona suele demostrar tres intentos típicos de solución:
– Evitación: como su nombre lo indica se tiende a evitar la situación que causa el temor; lo cual a largo plazo solo contribuye a aumentar el miedo y a desconfiar de los recursos personales haciendo que las crisis de ansiedad sean cada vez más intensas y frecuentes.
– Solicitud de ayuda: en muchas ocasiones las personas experimentan tal temor que necesitan estar permanentemente acompañadas por otros que le brinden la seguridad que no logran alcanzar por sí mismos. Inicialmente esta solución puede ser productiva pero a largo plazo crea una dependencia emocional total que resulta altamente contraproducente.
– Intento de control: la persona intenta controlar sus reacciones fisiológicas y emocionales y aunque es una alternativa aparentemente positiva, suele producir una reacción paradójica: en el intento de controlar sus reacciones la persona focaliza su atención en las respuestas fisiológicas y se produce una hipervigilancia que tiene efectos muy negativos. Hacer consciente un nivel de alteración fisiológica tan elevado suele propiciar un aumento de las reacciones físicas de forma tal que el intento de controlar termina por descontrolarnos.
3. Declive. Por supuesto, a las fases de ansiedad anticipatoria y al ataque de pánico le sigue la fase de declive donde los síntomas se van atenuando. Esta fase varía según la intensidad de la crisis: hay personas que pueden retornar a su normalidad en unos minutos mientras que existen otras que necesitan días para recobrar el pleno dominio de sus funciones.
En resumen, la fuerza de los ataques de pánico radica en que conforman un perfecto círculo vicioso del cual resulta muy difícil escapar. Las estrategias más efectivas para hacerle frente se enfocan en que la persona gane autoconfianza y aprenda a controlar la fase de ansiedad anticipatoria. Pero ese ya será tema para otro artículo.
Fuente:
Nardone, G. (2003) Más allá del miedo. Barcelona: Editorial Paidós Ibérica.
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