Cuando alguien acude a nosotros preocupado o angustiado, nuestro primer impulso es brindarle un consejo – o varios. Nos ponemos el sombrero de “solucionador” y a menudo incluso nos enfadamos cuando esa persona no aplica lo que le hemos sugerido. Sin embargo, lo cierto es que en la inmensa mayoría de los casos, la gente no busca consejos sino tan solo comprensión. No necesitan que les digan lo que deben hacer, sino tan solo ser escuchadas.
La frustración, una vía de doble sentido
Cuando una persona se siente molesta por algo, es normal que busque apoyo emocional en quienes la rodean. Si nos precipitamos a brindar soluciones, es posible que no estemos fallando en nuestra tarea principal: la validación emocional.
Cuando no escuchamos, sino que brindamos soluciones, la persona que busca apoyo se siente frustrada porque no ha encontrado la comprensión que esperaba. Al mismo tiempo, quien brinda apoyo también se siente frustrada porque no comprende por qué el otro no sigue sus consejos para arreglar las cosas.
Por supuesto, todos sabemos lo frustrante que puede ser ver una solución obvia para un problema, querer ayudar a alguien a solucionarlo y que no siga nuestro consejo. Pero también sabemos lo desagradable que puede ser que alguien no nos escuche y no valide ese malestar, que no se tome un minuto para ponerse en nuestro lugar e intentar entender la encrucijada en la que nos encontramos.
El difícil arte de ponerse en el lugar del otro
Las personas pueden arrastrar durante mucho tiempo conflictos latentes; o sea, caminar con una piedrecilla dentro del zapato. La piedrecilla molesta, pero quizá no tanto como para detenerse a sacarla o simplemente no existen las condiciones adecuadas para hacerlo. Tal es el caso, por ejemplo, de una persona a la que no le gustan muchos aspectos de su trabajo, pero no quiere abandonarlo porque tiene un buen sueldo. O quien mantiene una relación familiar compleja porque no quiere cortar completamente los lazos.
En la vida, pocas cosas son blancas o negras. Y muchas veces, situaciones aparentemente negativas por las que nos quejamos, también generan una especie de “ganancia secundaria”. En esos casos, lo que buscamos en el otro es un oído atento y comprensivo que nos ayude a seguir lidiando con esa situación de la mejor manera posible. Tal vez no damos el paso porque no estamos preparados o simplemente porque no queremos ya que los beneficios siguen siendo mayores que las pérdidas.
Todos necesitamos ese tipo de apoyo emocional de vez en cuando. Y encontrar a alguien que nos dice simplemente que debemos abandonar el trabajo o cortar los lazos no nos ayuda. Por supuesto, esos consejos prácticos no están mal, sencillamente no son los más adecuados para ese momento. Por ese motivo, la clave para ayudar de verdad a veces radica en ser lo suficientemente sensibles como para dilucidar cuándo solo es necesario escuchar y cuándo puede ser útil brindar un consejo.
Las 3 claves para ayudar – de verdad
En un mundo lleno de ruido y opiniones que van y vienen, el simple acto de escuchar se ha convertido en algo extraordinario. Escuchar de verdad, conectando emocionalmente con la persona que tenemos delante, es un arte subestimado, pero poderoso. La escucha reflexiva puede ser más eficaz que un buen consejo.
1. Reconocer que existen diferentes peticiones de apoyo
El hecho de que alguien tenga un “problema”, no significa que no merezca la oportunidad de expresar sus sentimientos y recibir validación. Quizá la solución sea sacarse esa piedrecilla del zapato, pero es probable que aún no esté lista y en ese momento solo necesita que le escuchen. Quizá esa escucha atenta sea mucho más transformadora que un consejo no solicitado ya que poder hablar con alguien sobre lo que le preocupa le ayudará a poner orden mental e irse preparando psicológicamente para tomar una decisión.
2. No seguir repitiendo consejos que caen en saco roto
A veces podemos convertirnos en un disco rayado, algo común en las relaciones cercanas. Generalmente creemos que si repetimos algo lo suficiente, al final el otro terminará cediendo. No siempre es así. De hecho, a veces incluso podemos generar una resistencia. Por tanto, si sabemos que una persona solo necesita apoyo emocional, es inútil que sigamos brindándole únicamente consejos prácticos. Esa persona no se sentirá escuchada y nosotros terminaremos frustrados.
3. Preguntar qué necesita
Muchas veces damos por sentado que quien acude a nosotros es incapaz de resolver el problema. No siempre es así. Por tanto, ante la incertidumbre, lo mejor es preguntar. Una pregunta tan sencilla como “¿te apetece simplemente hablar o quieres que te dé algún consejo” servirá para despejar las dudas y sintonizar con las necesidades emocionales del otro.
En cualquier caso, debemos recordar que un consejo es tan solo una posible solución. La persona no está obligada a seguirlo. Debemos recordar que, como norma, cuando alguien acude a nosotros es porque se siente vulnerable emocionalmente. En esa situación, lo primero que necesita es sentirse protegida, escuchada y comprendida. Una vez que hayamos establecido esa conexión y satisfecho sus necesidades emocionales, se puede pasar – con tacto y sensibilidad – a la búsqueda de soluciones, intentando siempre ponerse en el lugar del otro.
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