
Dar es un acto cargado de simbolismo, expectativas y emociones. Cuando damos algo, ya sea tiempo, atención, dinero o apoyo emocional, solemos esperar algo a cambio – aunque sea de manera inconsciente. De cierta forma, confiamos en que esa persona tome nota de la ayuda “desinteresada” y esté dispuesta a darnos una mano cuando lo necesitemos.
Aplicamos la mentalidad romana del do ut des, una expresión latina que se remonta a los actos religiosos en los cuales se realizaba una ofrenda a los dioses con la esperanza de recibir algo positivo a cambio o de no sufrir una desgracia. Así, el “doy para que me des” ha terminado permeando nuestras relaciones, convirtiéndolas en una especie de intercambio comercial.
Con esa mentalidad, es habitual que terminemos dando demasiado y sintiéndonos frustrados o incluso enojados cuando no recibimos lo que esperamos. Por tanto, vale la pena preguntarnos: ¿cómo deberíamos actuar con los demás: en función de lo que recibimos o según lo que damos?
La trampa de las expectativas
Cuando decides dar algo, es probable que una parte de ti espere una respuesta: gratitud, reciprocidad o, al menos, reconocimiento. Esas expectativas forman parte de la naturaleza humana ya que durante siglos han formado parte de un acuerdo implícito a nivel social: la reciprocidad.
Sin embargo, cuando das esperando algo de vuelta, el acto de dar deja de ser altruista y se convierte en un intercambio condicionado. Es una especie de cheque en blanco que esperas “cobrar” en un futuro. Sin embargo, como el futuro es impredecible, siempre existe el riesgo de que no recibas lo que esperas.
En ese caso, es probable que el enfado, la frustración y el resentimiento no tarden en aparecer. Puedes creer que te han defraudado o incluso estafado si no recibes lo que esperabas. Incluso puedes sentirte decepcionado y pensar que tu esfuerzo, dedicación, sacrificio o entrega no valió la pena.
Sin embargo, en realidad esa frustración proviene de tus expectativas rotas porque cuando das, no firmas ningún contrato de reciprocidad. A la larga, dar para recibir es un mal negocio y es probable que, más temprano que tarde, se vuelva en tu contra.
El costo emocional de medir lo que das
Cuando nos enfocamos en medir lo que damos, corremos el riesgo de dañar nuestras relaciones y, peor aún, sabotear nuestra paz interior. Si llevamos un “libro de ajuste de cuentas” en el que anotamos mentalmente todo lo que hacemos por los demás, es posible que acabemos preguntándonos: “¿Por qué siempre soy quien da más?” o “¿Cuándo me tocará recibir algo a cambio?”.
Esos cuestionamientos no solo desgastan emocionalmente, sino que también pueden hacer que nos sintamos poco valorados o incluso utilizados. Al final, acabarán llenándonos de amargura y convirtiéndonos en personas más calculadoras que destierran la espontaneidad de su vida y sus relaciones.
Además, medir constantemente nos aleja de un principio esencial: la autenticidad. Si das, pero lo haces con una calculadora emocional en mano, ese gesto pierde su espontaneidad y, con ella, gran parte de su valor.
Da con sentido, no con interés
En un mundo ideal, las relaciones maduras y saludables son aquellas que logran un equilibrio entre dar y recibir. Pero no vivimos en un mundo ideal, así que la clave para evitar una marea de expectativas incumplidas y la frustración que ello genera consiste en ser honestos y actuar guiándonos por nuestros valores. En vez de enfocarte en lo que podrías recibir a cambio o lo que los demás esperan de ti, pregúntate con qué te sientes cómodo.
Si actúas como piensas, el acto de dar será reconfortante en sí mismo, sin necesidad de recibir nada a cambio. Y si decides no dar – una opción igual de válida – no te sentirás mal contigo ni los demás podrán hacerte sentir culpable.
Actuar según tu escala de valores libera el acto de dar de las cadenas de las expectativas. Cuando das porque quieres y crees que es lo correcto, el resultado deja de ser tan relevante. Así, aunque no recibas nada a cambio, el gesto seguirá teniendo un significado positivo para ti.
Por tanto, antes de ofrecer algo a los demás, pregúntate: “¿estoy dispuesto a dar sin esperar nada a cambio?”. Si la respuesta es “sí”, adelante. Si la respuesta es “no”, quizá tengas que analizar si realmente quieres hacerlo. Este ejercicio no solo te ayuda a tomar decisiones más conscientes, sino que también te protegerá de la frustración que surge al dar de manera condicional.
Dar es un acto poderoso que puede enriquecer tus relaciones y tu propia vida, pero solo si nace de una intención genuina y libre de expectativas. Si decides dar, hazlo porque responde a tus valores, no porque esperas algo a cambio. Y si no quieres dar, recuerda que también es válido decir no. Al final, lo más importante es que tus acciones sean coherentes contigo mismo. Dar sin medir no solo libera a los demás de una cadena de expectativas, sino también a ti.
Por último, recuerda que existen muchas formas de recibir. De cierta forma, todo lo que proyectas al mundo volverá a ti de una manera u otra. Y ni siquiera tiene que ser a través de la persona que has ayudado. Si actúas con amabilidad y autenticidad, es probable que recibas exactamente eso en tus interacciones. Y si no es así, no te preocupes, porque habrás actuado según tus valores.
Deja una respuesta