
Vivimos en una era en la que las frases motivacionales se han convertido en un himno que resuena por doquier. “Si puedes soñarlo, puedes lograrlo”, “nada es imposible” o “puedes conseguir todo lo que te propongas”. Todo suena precioso, inspirador y digno de un post de Instagram con fondo idílico. Pero hay un pequeño problema: es mentira.
La malinterpretación de la Psicología Positiva tiene mucho que ver. Martin Seligman, el padre de este movimiento, hablaba de cultivar nuestras emociones positivas y fortalezas personales, no de creer que el éxito es solo cuestión de actitud y que basta con desear algo para conseguirlo. La vida no es una película de Disney donde todo se resuelve al final con una canción y un poco de magia. La vida se parece más bien a un episodio de Black Mirror: impredecible, incómoda y, a veces, francamente absurda.
El problema de vivir en ese mundo donde “todo es posible” es que, cuando inevitablemente fallamos — porque el mundo real tiene reglas, limitaciones y factores que escapan de nuestro control — la culpa recae sobre nuestros hombros. Frases como “no lo deseaste lo suficiente” o “no te esforzaste bastante” martillean en nuestra mente hasta convertirse en una tortura psicológica. Eso no solo es injusto, sino que también genera una frustración brutal. Básicamente, es el equivalente emocional a decirle a alguien con una pierna rota que si se esfuerza lo suficiente podrá ganar una maratón.
La utopía del “todo es posible”
El mundo está lleno de factores que no controlas. Puedes esforzarte al máximo en tu trabajo y, aun así, podrían despedirte porque la empresa está en quiebra. Puedes entrenar como un atleta olímpico y lesionarte el día antes de la competencia.
No importa cuánto te esfuerces, hay límites. La genética, el contexto, la economía, la suerte, el simple hecho de que el día solo tiene 24 horas… Todo influye en lo que podemos lograr. Por ejemplo, podrías entrenar 10 horas diarias para ser un jugador de la NBA, pero si mides 1,60m, las probabilidades no están a tu favor. Y no es porque no lo hayas querido lo suficiente. La vida es así.
El cerebro también juega en nuestra contra. El sesgo de supervivencia, por ejemplo, nos empuja a fijarnos solo en las historias de éxito y olvidar los millones de intentos fallidos, solo porque son menos visibles. Oprah fue despedida de su primer trabajo en televisión y le dijeron que no tenía futuro en la industria. A Stieg Larsson le rechazaron su solicitud de ingreso a la Escuela de Periodismo en Estocolmo porque “no era lo suficientemente bueno”.
Los mitos populares se han construido en base a famosos que fueron rechazados, insistieron y lo consiguieron. Pero lo cierto es que detrás de cada éxito visible hay miles de historias de fracasos invisibles que no conocemos, simplemente porque sus protagonistas nunca llegaron a ninguna parte.
Detrás de la idea de que es posible conseguir todo lo que nos propongamos también se encuentran otros mecanismos psicológicos más complejos. La ilusión de control, por ejemplo, nos anima a pensar que tenemos más poder sobre las circunstancias de lo que realmente poseemos. Y la alimentamos porque nos hace sentir seguros y al mando.
Al mismo tiempo, la creencia en un mundo justo hace que perdamos la perspectiva y el contacto con la realidad. Pensamos que si hacemos todo “bien”, el universo nos recompensará de algún modo. Pensamos que si nos esforzamos lo suficiente, el universo nos premiará. Pero lo cierto es que el universo no tiene un departamento de Recursos Humanos para evaluar tu desempeño. A veces, simplemente, las cosas no salen como quieres y no hay un formulario de reclamaciones cósmico. Y eso no significa que hayas fallado. Significa que eres humano y que la vida no es justa ni injusta, simplemente fluye y cambia según las circunstancias.
Lo bueno de no conseguir todo lo que te propongas
Fracasar no solo es inevitable, sino que también es tremendamente útil. Nos obliga a recalcular la ruta, a desarrollar la resiliencia y, sobre todo, a aceptar nuestra vulnerabilidad y comprender que no todo está en nuestras manos. A veces, no conseguir algo nos lleva por caminos inesperados que terminan siendo mejores de lo que habíamos planeado – o simplemente diferentes.
Piensa en todas las veces que un “fracaso” acabó siendo una bendición disfrazada. Ese trabajo que no conseguiste y que, meses más tarde, descubriste que era un infierno. Esa relación de pareja que no funcionó y que te permitió conocer a alguien que ahora se ha convertido en tu media naranja y sin la cual no imaginarías tu vida. O simplemente esa meta que dejaste de perseguir porque, con el tiempo, te diste cuenta de que en realidad ni siquiera la ansiabas tanto.
Aprender a perder también es aprender a soltar, a ajustar expectativas y a encontrar nuevas oportunidades donde antes solo veíamos fracasos. Y quizá lo más importante: nos enseña que nuestro valor no depende de nuestros logros. No somos menos valiosos por no haber conseguido todo lo que nos propusimos.
No conseguir todo lo que te propongas:
- Te enseña humildad, realismo y perspectiva.
- Te recuerda que el «éxito» no es una línea recta y que hay tantas formas de avanzar como caminos por explorar.
- Te obliga a afinar tu criterio para determinar las batallas que realmente vale la pena luchar.
- Te enseña a tolerar la frustración y evitar desgastarte inútilmente.
- Te entrena para tomar decisiones sin miedo al error, porque ya sabes que equivocarse no es el fin del mundo.
- Te permite apreciar lo que consigues en su justa medida, sin darlo todo por sentado, lo cual abre las puertas a la gratitud.
- Te da la flexibilidad mental necesaria para ajustar el rumbo cuando las cosas cambien o se tuerzan.
- Te libera del peso de la perfección, porque entiendes que no siempre se gana – aunque eso también es ganar.
Así que la próxima vez que alguien te diga que «puedes lograr todo lo que te propongas», sonríe, asiente y recuerda que la vida es mucho más interesante cuando también dejas espacio para lo inesperado y te enfocas en las cosas verdaderamente significativas, en vez de perseguir ideales utópicos que te alejan de la serenidad y la felicidad.
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