
El concepto de “poner límites” ha entrado a formar parte del vocabulario popular, a la par del estrés y la ansiedad, transfiriéndose de las consultas psicológicas a la calle, pero a menudo se aplica de manera incorrecta, hasta el punto que lo que debería ser una herramienta para protegernos se convierte en un arma de manipulación para intentar controlar los comportamientos de los demás. ¿Cómo reconocer un límite saludable de un intento de manipulación?
¿Qué significa realmente poner límites?
El concepto de límites se popularizó en la década de 1990 de la mano de algunos libros de autoayuda que se enfocaban en ayudar a las personas a establecer pautas saludables en sus relaciones interpersonales, aunque en la actualidad está viviendo una nueva época dorada gracias a los gurús del Pensamiento Positivo y las redes sociales.
En términos psicológicos, los límites son pautas que establecemos para mantener hábitos y relaciones saludables, de manera que podamos proteger nuestro equilibrio mental. De hecho, los límites no solo sirven para protegernos de relaciones tóxicas y defender nuestros derechos asertivos, ponerse límites a uno mismo también puede ser beneficioso como un acto de amor y respeto.
En el trabajo, por ejemplo, podemos establecer ciertos límites que nos permitan proteger nuestro tiempo de descanso, como evitar responder a los correos o llamadas de trabajo fuera del horario laboral. También podemos protegernos de un entorno laboral tóxico estableciendo un límite claro: no hablar mal de los compañeros de trabajo.
En el ámbito de las relaciones personales podemos poner límites para dejar claro cómo queremos que nos traten. Por ejemplo, si una persona nos pregunta insistentemente sobre nuestra vida sentimental hasta el punto de hacernos sentir incómodos, podemos decirle: “prefiero no hablar de mi vida sentimental” o “es un asunto privado del que no voy a hablar”. En una relación romántica, un límite sano puede ser pedirle a nuestra pareja que no grite durante una discusión.
Todos tenemos derecho a comunicar lo que nos hace sentir mal, transmitir nuestras expectativas en las relaciones y establecer ciertas barreras que nos protejan de aquello que nos genera incomodidad o nos daña, pero en ese proceso debemos asegurarnos de no vulnerar los derechos de los demás porque nuestros límites terminan precisamente donde comienzan los límites de los demás.
Cuando los límites se convierten en un intento de control
Si bien la difusión de algunos conceptos terapéuticos está brindando más herramientas a las personas para cuidar su salud mental, no es menos cierto que la malinterpretación, uso inadecuado o pérdida de los matices de esos términos puede conducir a procesos de racionalización en los que algunas personas se escudan para intentar controlar a quienes les rodean, cayendo en comportamientos francamente manipuladores o incluso abusivos.
Un límite se convierte en manipulación cuando infringe la autonomía de la otra persona y/o ataca su identidad. Por ejemplo, si una persona celosa le dice a su pareja que “su límite en la relación es que no tenga amistades con otros hombres/mujeres”, en realidad está intentando imponer una dinámica de sumisión y control. En esos casos, los límites se usan para justificar un comportamiento profundamente egoísta.
Cuando los límites se usan como herramienta de control y manipulación, se suelen plantear como exigencias, eliminando toda posibilidad de elección, de manera que nos ponen contra la espada y la pared. Frases como «si te veo hablando con X, nuestra relación se termina» no son límites saludables sino imposiciones con el objetivo de coartar la libertad de la persona.
De hecho, no es inusual que los límites se confundan con las preferencias personales, de manera que se utilizan para justificar motivaciones narcisistas que no se desean reconocer abiertamente. Por ejemplo, una persona que no sale los domingos por la noche porque quiere descansar y le pida a su pareja que tampoco lo haga, está intentando establecer un límite controlador en base a sus preferencias.
Muchas personas intentan imponer sus deseos camuflándolos como límites, pero en realidad esas peticiones no son para proteger su salud mental sino para sentirse más cómodas o incluso para satisfacer sus caprichos.
La trampa que nos tienden las exigencias camufladas de límites
Caer en estas dinámicas manipuladoras y abusivas es relativamente fácil, sobre todo si queremos asumir una actitud respetuosa y existe un vínculo emocional que nos impide darnos cuenta de la manipulación.
De hecho, a casi todos nos han enseñado que no se deben traspasar los límites de los demás, de manera que podemos sentirnos culpables cuando alguien nos echa en cara que no estamos respetando sus límites. El problema es que en muchos casos ese «cruzar un límite» en realidad se traduce en un «no has hecho lo que quería».
Muchas de estas personas ocultan sus preferencias e intentos de manipulación tras el lenguaje terapéutico de los límites, lo cual les otorga cierta credibilidad. Como resultado, no es extraño que nos sintamos confundidos y nos preguntemos: ¿me está pidiendo algo justo y razonable o intenta controlarme? Así podemos terminar sometiéndonos a su estrategia de control y manipulación.
¿Cómo poner límites saludables sin vulnerar los derechos de los demás?
Los límites se suelen utilizar mal porque es muy fácil olvidar la diferencia entre el control que tenemos sobre nuestras acciones y el control que tenemos sobre las acciones de los demás. Por supuesto, ambas pueden influir en nuestro bienestar, pero solo podemos controlar nuestras decisiones.
Hay que aclarar que los límites saludables son una forma de protegernos. Sin embargo, poner límites no es imponer un patrón de comportamiento o nuestra forma de ver el mundo, sino que tiene más que ver con la expresión de nuestras expectativas sobre la manera en que nos gustaría que los demás se relacionasen con nosotros. Los límites no son una herramienta de control sino de protección personal.
En una relación de pareja, por ejemplo, podemos expresar nuestra preocupación y malestar por el tipo de relación que mantiene con una persona en particular, pero no podemos pretender que cambie su manera de relacionarse con todos solo para calmar nuestros celos. Podemos pedirle a alguien que no publique fotos nuestras en las redes sociales, pero no podemos impedirle que publique las suyas.
En las relaciones interpersonales, los límites saludables no adoptan la forma de exigencias o ultimátum, sino que son más bien un diálogo de ida y vuelta. En caso de que la otra persona no se muestre receptiva a ese intercambio, nos toca mover ficha: podemos decidir si deseamos seguir adelante con la relación o conviene cortarla de raíz.
Los límites no son, bajo ningún concepto, una herramienta para cambiar el comportamiento de los demás, restringir su libertad de elección al margen de su relación con nosotros o imponer nuestras preferencias, sino tan solo una forma para comunicar nuestras expectativas y, por supuesto, un plan de acción para protegernos en caso de que se violen nuestras líneas rojas.
Marina dice
y como sabes si los limites son reales o son manipulación ? cómo, sin haber puesto límites alguno, una persona puede cortar una relación de raíz y luego justificar la acción sin haberlo hablado previamente de manera asertiva ?
Jennifer Delgado dice
Hola Marina,
La línea es sutil y a menudo confusa. Como norma, un límite se convierte en manipulación cuando infringe la autonomía de la otra persona y/o ataca su identidad. O cuando se usan para justificar un comportamiento egoísta y se plantean como exigencias inapelables.
Por otra parte, hay personas que no saben poner límites y simplemente explotan o se distancian cuando sienten que no pueden más. Por desgracia, la asertividad no es una cualidad muy habitual en los tiempos que corren.
Un saludo