Reprimir las emociones es perjudicial, pero exaltarlas y dejar que campen a sus anchas también. Cuando maduramos, generalmente alcanzamos un óptimo punto medio, al menos en la mayoría de las situaciones de la vida, de manera que somos capaces de gestionar nuestras emociones para que no nos desborden, expresándolas de manera asertiva cuando las condiciones lo requieren. Las personas intensas no han alcanzado ese equilibrio, de manera que viven arrastradas por sus estados emocionales y, de paso, arrastran a quienes las rodean.
¿Qué es ser una persona intensa?
Las personas intensas experimentan emociones y sentimientos muy profundos y apasionados. Como resultado de ese rico mundo emocional, pueden contagiarnos sus ganas de vivir, positividad y energía. Nos transmiten fácilmente su entusiasmo, determinación y vitalidad.
Son personas muy comprometidas con lo que hacen, se involucran al 200% en sus proyectos y relaciones. No suelen temer a los retos y son increíblemente motivadas. También suelen ser muy empáticas y sensibles, por lo que pueden ponerse en la piel de los demás con relativa facilidad.
Sin embargo, toda moneda tiene su reverso. Las personas intensas también se dejan llevar por las emociones negativas, por lo que pueden llegar a ser extremadamente sensibles. Pueden sentirse heridas con facilidad, enfadarse por cosas intrascendentes o derrumbarse ante los pequeños problemas.
Las personas intensas se toman las cosas demasiado a pecho, de manera que suelen responder de manera dramática a muchas circunstancias de la vida, incluso aquellas que no les conciernen directamente. Esa sensibilidad las vuelve particularmente vulnerables y a menudo dificulta sus relaciones.
En ocasiones, esa conciencia emocional conduce a patrones de pensamientos rumiativos, por lo que no es inusual que las personas intensas terminen obsesionándose con determinadas situaciones, hasta el punto de hacerse daño.
También pueden llegar a ser muy posesivas, dominantes y celosas ya que a menudo demandan la misma entrega incondicional a los demás – un nivel de compromiso y pasión que para el resto de las personas resulta difícil de mantener a lo largo del tiempo. De hecho, no es inusual que esa sensibilidad a flor de piel las lleve a exagerar el significado de sus relaciones. Al malinterpretar las señales de compromiso y conexión del otro, las personas sensibles terminan traspasando algunos límites, por lo que pueden ser vistas como demasiado invasivas.
El “problema” de la intensidad emocional
En 2021, neurocientíficos del Instituto Max Planck en Frankfurt se propusieron comprobar cómo reaccionamos ante la intensidad emocional. En una serie de experimentos, expusieron a los participantes a vocalizaciones no verbales (gritos, risas, suspiros y gemidos) que expresaban emociones positivas o negativas. Lo interesante es que la intensidad de esas sensaciones oscilaba entre un rango mínimo y máximo.
Los investigadores observaron que cuando las emociones son sutiles, es difícil interpretarlas. En cambio, a medida que aumentaba su intensidad, también mejoraba la capacidad de los oyentes para juzgarlas. Sin embargo, cuando las emociones alcanzaban una intensidad alta, disminuía la capacidad de interpretarlas.
Concluyeron que “la creencia generalizada de que cuanto más fuerte es una emoción, más fácil es identificarla, es un error. Las emociones extremadamente intensas son sumamente ambiguas a la hora de entender su significado”.
A medida que la emoción se vuelve más intensa, también es más claro su significado, pero cuando sobrepasa cierto umbral, simplemente se vuelve abrumadora y confusa. Las expresiones emocionales demasiado intensas activan nuestro sistema nervioso simpático, desatando una respuesta de lucha o huida. En esas condiciones, no pensamos con claridad y podemos llegar a sentirnos abrumados hasta el punto de no saber cómo responder. Es como si nuestro cerebro racional se “desconectara” y nos quedáramos sin puntos de referencia.
Esa investigación podría explicar por qué las personas intensas terminan siendo asfixiantes y generan una sensación de agotamiento mental: simplemente nos cuesta lidiar con su tsunami emocional y encontrarle un sentido para responder en consecuencia.
De hecho, la intensidad emocional a menudo es impredecible. Los vaivenes emocionales y su intensidad pueden ser demasiado confusos y drenantes para quienes tienen que convivir con esas personas día tras día.
¿Cómo dejar de ser una persona intensa? ¿Es necesario?
La persona intensa muestra una emocionalidad poco común en un mundo acostumbrado a la contención – y muchas veces también a la simulación. Por eso, su forma de ser incluso puede resultar amenazante para algunas personas. Obviamente, eso no es motivo suficiente para querer dejar de ser una persona intensa.
Experimentar todas esas emociones permite vivir con mayor plenitud y aprovechar toda la energía que brota del interior. Eso no es negativo, como tampoco lo es sentir con intensidad la nostalgia, la soledad o la tristeza ya que todas las emociones aportan un aprendizaje. De hecho, es necesario conectar con nuestras emociones para captar su mensaje porque, bien interpretado, nos proyecta a un futuro más sabio.
¿Hay algo peor que sentir y actuar como si no sintiéramos nada? ¿Cuánta energía malgastamos intentando proyectar una imagen de fuerza cuando realmente sentimos miedo, impotencia o debilidad? ¿Cuánta compasión perdemos por fingir la sonrisa cuando tenemos ganas de llorar? ¿Cuánto nos agotamos fingiendo ser incansables cuando ya no podemos más?
Las emociones no son el enemigo, pero es necesario gestionar su intensidad. No tienes que descafeinarte para encajar en el mundo de los demás porque cuando se pierde intensidad, se pierden las ganas de vivir. Sin embargo, aprender a gestionar la intensidad de tus respuestas no solo mejorará tus relaciones interpersonales, sino que también te ayudará a encontrar la paz interior ya que, en el fondo, las personas intensas suelen pasar de la euforia a la infelicidad o de la rabia a la culpa, sin hacer parada en la serenidad.
Por tanto, para ser una persona «sanamente» intensa es importante hacer un acto de introspección. Escucha la intensidad de tus sentimientos y haz algo positivo con ellos.
No los uses para llamar la atención, manipular a quienes te rodean o justificar tus ataques de rabia, pánico o llanto. Si sientes una alegría intensa, transmítela a los demás. Y si lo que sientes es pena o tristeza, comparte esos sentimientos sin abrumar al otro.
Tus emociones deben servirte para conectar, no para alejar a los demás. Deben servirte para conocerte mejor y vivir de manera más plena, no deben convertirse en tu principal enemigo. La intensidad emocional no es mala, solo debes aprender a dosificarla y usarla a tu favor.
Fuente:
Holz, N. et. Al. (2021) The paradoxical role of emotional intensity in the perception of vocal affect. Sci Rep; 11(1):9663.
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