La reserva cognitiva es un concepto poco conocido, pero fundamental para proteger nuestro cerebro y conservar nuestro bienestar. De hecho, ¿sabías que más del 25% de las personas en edad avanzada cumplen los criterios anatomopatológicos para ser diagnosticadas con la enfermedad de Alzheimer, pero no muestran signos de deterioro cognitivo en su vida cotidiana? ¿Cómo es posible? La respuesta radica precisamente en la reserva cognitiva.
La investigación que descubrió la existencia de la reserva cognitiva
En 1988, el neurocientífico Robert Katzman, de la Universidad de California, analizó el cerebro de 137 personas con una media de 85 años, la mayoría de las cuales había sido diagnosticadas con demencia mientras vivían. Tras realizar el examen post morten, descubrió que había 10 personas que mostraban las mismas lesiones a nivel cerebral que quienes padecían Alzheimer. Sin embargo, sus familiares confirmaron que no mostraron signos de la enfermedad mientras vivían.
Aquel descubrimiento marcó un antes y un después en la comprensión del cerebro. Reveló que, aunque dos personas presenten alteraciones cerebrales similares, una puede presentar síntomas de la enfermedad y otra no.
Katzman también apreció que las personas que tenían señales anatomopatológicas de la enfermedad a nivel cerebral (lesiones fisiológicas visibles), pero no presentaban síntomas y habían conservado un funcionamiento cognitivo normal, tenían un mayor tamaño cerebral. Esto sugiere que probablemente tuvieran una mayor densidad neuronal.
El neurocientífico también propuso que un mayor tamaño craneal podría ser un factor favorable que protege a las personas de desarrollar los síntomas clínicos de una enfermedad neurodegenerativa. Estudios posteriores confirmaron que aproximadamente un 25% de las personas de una edad muy avanzada cumplen con los criterios patológicos para el Alzheimer, pero no muestran signos de la enfermedad.
A esa capacidad para tolerar un mayor grado de la enfermedad la denominó reserva cerebral.
¿Qué es la reserva cognitiva exactamente?
La reserva cognitiva, como también se le conoce, es la capacidad para afrontar los cambios cerebrales que provoca el envejecimiento normal o un proceso neuropatológico sin sufrir grandes síntomas clínicos. O sea, contribuye a limitar el impacto de las lesiones cerebrales y sus manifestaciones en la vida cotidiana, preservando en gran medida el funcionamiento cognitivo normal.
Dicha capacidad no se limita únicamente a las características morfológicas del cerebro, sino que también incluye la habilidad para realizar las tareas cognitivas de manera eficiente. Por tanto, es una señal de una gran plasticidad cerebral. En práctica, la persona es capaz de reclutar redes neuronales alternativas para seguir desarrollando sus actividades con cierta normalidad.
Los 2 pilares sobre los que se sustenta la reserva cerebral
En un primer momento, los neurocientíficos se inclinaron por pensar que la reserva cerebral se debía al potencial anatómico. O sea, que dependía de las características fisiológicas del cerebro, como el mayor número de neuronas o la mayor densidad sináptica. Según este modelo, un cerebro con más neuronas o sinapsis tendría ventaja pues dichas características le ayudarían a mantener un funcionamiento normal incluso ante las lesiones.
Con el paso de los años, las nuevas investigaciones han comenzado a perfilar un modelo activo en el cual la persona desempeña un papel más protagónico. Desde esta perspectiva, el propio cerebro intenta contrarrestar activamente los cambios típicos del envejecimiento o las lesiones.
Con el objetivo de compensar esas deficiencias estructurales, el cerebro optimiza sus redes para procesar la información de manera más eficiente. De hecho, nuestro cerebro tiene algunas cartas bajo la manga muy potentes a las que puede recurrir en esas circunstancias:
- Reserva neural: es la habilidad para utilizar las estrategias cognitivas preexistentes para afrontar los desafíos. Significa que las redes neuronales que se utilizan son más eficientes y flexibles, de manera que también son menos vulnerables al daño cerebral.
- Compensación neural: es la capacidad para usar nuevas redes neuronales dirigidas a compensar aquellas que utilizábamos a menudo. Nos permite afrontar las tareas del día a día de manera similar estableciendo rutas neuronales alternativas a las que han sido afectadas o dañadas.
En práctica, cada vez que realizamos una tarea cognitiva de dificultad normal, como leer o resolver un problema, se activa una red neuronal específica del cerebro. Esa red predeterminada nos ayuda a lidiar con la tarea de manera más eficiente.
Sin embargo, gracias a los procesos de reserva y compensación neural, nuestro cerebro es capaz de reconstruir esas redes dañadas e incluso crear caminos diferentes para lograr un funcionamiento similar.
De hecho, la reserva cognitiva se vuelve más evidente cuando aumenta la complejidad de la tarea, como se puede apreciar en el gráfico que aparece a continuación. Una mayor reserva cognitiva nos ayudará a funcionar mejor durante más tiempo, sobre todo cuando tenemos que lidiar con eventos inesperados de la vida que representan un desafío para nuestros recursos psicológicos convencionales.
¿Cómo varía la reserva cognitiva con el paso de los años?
La reserva cognitiva es un constructo inestable que va cambiando. Independientemente de la plasticidad intrínseca al sistema nervioso, esta suele disminuir con el paso de los años, aunque se mantiene a lo largo de la vida.
De hecho, las investigaciones han demostrado que la reserva cognitiva es una capacidad dinámica del cerebro que se mantiene durante toda la vida. No obstante, se va transformando con el tiempo, dependiendo en gran medida de nuestros hábitos.
También hay que tener en cuenta que la reserva cognitiva no es un escudo mágico. Las personas que cuentan con una elevada reserva cognitiva no están exentas de sufrir los síntomas de las enfermedades neurodegenerativas, sino que los manifestarán años más tarde.
Estas personas alcanzan el punto de inflexión cuando los daños cerebrales son más graves y comienzan a presentar los signos de manera retardada, en comparación con quienes tienen una baja reserva cognitiva, como se puede apreciar en el gráfico siguiente.
¿Cómo aumentar la reserva cognitiva?
Más allá de las características innatas del cerebro y las variables genéticas, que no son modificables, existen otros aspectos sobre los que podemos influir para desarrollar la reserva cognitiva. Como dijera Santiago Ramón y Cajal “todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”.
Se conoce que la educación es un pilar esencial de la reserva cognitiva ya que ejerce un papel protector en el cerebro. También se ha comprobado que las actividades de ocio estimulantes desde un punto de vista cognitivo disminuyen el riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas.
En diferentes estudios se ha apreciado que los niveles elevados de actividad mental reducen hasta en un 50% el riesgo de desarrollar demencia. Por tanto, no cabe dudas de que las actividades intelectuales son esenciales para mantener el funcionamiento cognitivo y proteger el cerebro del declive. Y no hay que olvidar las actividades de ocio. Distraernos y pasar tiempo de calidad con otras personas disminuye en un 38% el riesgo de desarrollar demencia, según una investigación realizada en las universidades de Salamanca y Santiago de Compostela.
Aprender cosas nuevas en todas las etapas de la vida también es particularmente importante para aumentar la reserva cognitiva. De esa manera generamos continuamente nuevas conexiones sinápticas que mantienen la plasticidad cerebral. En este sentido, un estudio realizado en el University College de Londres comprobó que las personas que siguen aprendiendo durante toda su vida tienen más probabilidades de desarrollar sus reservas cognitivas.
Cualquier cosa vale, con tal de que represente un desafío, desde practicar un nuevo deporte hasta aprender un idioma nuevo. De hecho, una investigación llevada a cabo en la Universidad de York con 184 pacientes diagnosticados con demencia, el 51% de los cuales eran bilingües, reveló que estos mostraron los síntomas 4,1 años más tarde que quienes solo hablaban un idioma.
También es muy conveniente cambiar las rutinas o introducir elementos novedosos en nuestra vida. Las rutinas son importantes para llevar una vida organizada y disminuir el estrés, sobre todo en la tercera edad. Sin embargo, automatizar las tareas también disminuye la activación cerebral. Por ese motivo, romper los hábitos cada cierto tiempo o plantearse nuevos objetivos implica un estímulo que promueve la activación cerebral. En otras palabras, nos permite mantener el cerebro activo.
Por último, pero no menos importante, se ha apreciado que el ejercicio físico también desempeña un papel protector del sistema nervioso. Disminuye la atrofia que se suele producir en el cerebro con el paso de los años y mejora su plasticidad funcional. La actividad física promueve un aumento de la sustancia gris y blanca, además de fomentar el crecimiento de nuevas neuronas en el hipocampo, una estructura esencial para la memoria.
Practicar ejercicio reduce la inflamación, también a nivel cerebral, además de aumentar la producción de factores tróficos y la neurogénesis. El ejercicio físico mejora el riego sanguíneo cerebral, por lo que garantiza un mayor aporte de oxígeno y nutrientes al cerebro para este funcione mejor.
En resumen, tanto las actividades sociales como el ejercicio físico y los desafíos intelectuales permiten aumentar la reserva cognitiva porque fomentan la neuroplasticidad y la resistencia a la muerte neuronal. Por consiguiente, si deseamos proteger nuestro cerebro, debemos asegurarnos de mantenernos activos, física y mentalmente.
Referencias Bibliográficas:
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Katzman, R. et. Al. (1988) Clinical, pathological, and neurochemical changes in dementia: A subgroup with preserved mental status and numerous neocortical plaques. Annals of Neurology; 23(2): 138-144.
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