Todos cometemos errores. Todos también intentamos excusarlos. Y cuando lo hacemos, corremos el riesgo de caer en el sesgo de autojustificación. Como escribiera Antoine de Saint-Exupéry: “es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que a los demás. Si logras juzgarte a ti mismo, eres un verdadero sabio”. Pero no siempre lo logramos. De hecho, a menudo recurrimos al autoengaño y los pretextos.
¿Qué es el sesgo de autojustificación y por qué caemos en él?
En 1957, Leon Festinger publicó su teoría de la disonancia cognitiva. Explicaba que cuando experimentamos una disonancia se genera una respuesta emocional negativa que nos motiva a eliminar esa fuente de angustia. Recurrir a los mecanismos de defensa y los sesgos cognitivos es una de las vías más sencillas y comunes para enterrar esa incongruencia.
El sesgo de autojustificación es un mecanismo psicológico que nos ayuda a reducir esa disonancia y la angustia que sentimos mientras preservamos nuestra imagen y protegemos nuestro su ego. Básicamente, cuando nos equivocamos, recurrimos a argumentos que nos permitan racionalizar nuestra decisión y justificar nuestro comportamiento.
Por ejemplo, si creemos que somos cuidadoso y comprometidos en el trabajo, pero cometemos un error debido a que la tarea nos resultaba tediosa, es probable que busquemos un chivo expiatorio o lo achaquemos a factores externos. De esta manera no nos vemos obligados a reconocer que, cuando algo no nos interesa, nuestro nivel de compromiso, atención y cuidado cae en picado.
El sesgo de autojustificación nos permite evitar o disminuir la sensación de haber hecho algo mal o la necesidad de reconocer que quizá la imagen que tenemos de nosotros mismos no es tan exacta y positiva como imaginamos o quisiéramos.
La trampa de justificarnos continuamente
A la hora de buscar excusas para nuestros comportamientos, podemos seguir dos estrategias diferentes:
- Autojustificación interna. Consiste en cambiar la forma en que percibimos nuestras decisiones y acciones para tolerar mejor los resultados negativos y reducir su impacto psicológico. Podemos cambiar de actitud, inventar otro motivo, trivializar las consecuencias negativas de nuestro comportamiento o incluso negarlas. Por ejemplo, un fumador puede decirse que en realidad los cigarrillos no son tan malos para la salud y una persona a dieta puede convencerse de que luego quemará esas calorías extra en el gimnasio – aunque nunca llegue a hacerlo.
- Autojustificación externa. En este caso, recurrimos a excusas externas para justificar nuestras acciones con el objetivo de desplazar nuestra responsabilidad a otra persona o colectivo, generalmente para encubrir la falta de autocontrol o simplemente una mala decisión. Una persona que tiene problemas con el alcohol, podría decir que son sus amigos quienes le animan a beber y alguien a dieta podría echarle la culpa a la pastelería deliciosa que se encuentra de camino al trabajo.
Sin embargo, en la base de ambas estrategias se encuentra nuestro sesgo de confirmación, que implica una predisposición a fijarnos solo en la información que respalda nuestras creencias. O sea, que como queremos mantener una imagen positiva de nosotros mismos, no analizaremos lo ocurrido con objetividad sino que nos fijaremos en aquello que nos permita justificar nuestro desliz.
El problema es que, aunque protejamos nuestro ego, buscar justificaciones – ya sean internas o externas – nos impide crecer. Si no reconocemos abiertamente nuestros errores, sino que intentamos esconderlos – incluso a nosotros mismos recurriendo al mecanismo de racionalización – no podremos aprender de ellos. Y si no aprendemos la lección, es probable que antes o después volvamos a tropezar con la misma piedra.
Buscar justificaciones externas para nuestras acciones bloquea el cambio necesario porque evita que nos responsabilicemos por nuestras actitudes. Por otra parte, las justificaciones internas nos vuelven ciegos a nuestros puntos débiles, impidiendo que podamos reforzarlos.
De hecho, el sesgo de autojustificación nos mantiene atados a un ego rígido. Nos impide darnos cuenta de que estamos cambiando y que quizá no somos la persona que creemos ser o constatar que todavía nos falta mucho camino por delante para convertirnos en quienes deseamos ser.
El peligro de volvernos demasiado laxos
En 1958, el psicólogo Judson Mills ideó un experimento muy interesante cuyos resultados invitan a la reflexión. Sometió a una clase de estudiantes a un examen que era imposible aprobar sin hacer trampa.
Antes de la prueba, evaluó las actitudes de cada estudiante hacia el engaño. Luego, les dio la prueba y dejó que la hicieran sin supervisión, pero con una cámara oculta en el aula. Al final, Mills volvió a analizar la actitud de cada estudiante hacia el engaño y descubrió que quienes habían hecho trampas, mostraban una actitud más indulgente.
Los estudiantes que copiaron cambiaron su forma de pensar diciendo: “hacer trampa no es tan malo” y justificaron su comportamiento con frases como: “tuve que copiar para ganar el premio”.
En cambio, los estudiantes que no recurrieron a esas artimañas, se reafirmaron en su actitud en contra del engaño y las trampas.
Este estudio, un claro ejemplo de sesgo de autojustificación, nos muestra que cuando incurrimos en un comportamiento que consideramos negativo o reprochable, tenemos la tendencia a justificarnos para sentirnos mejor y reducir la disonancia cognitiva.
También deja entrever los peligros potenciales de la autojustificación: quienes ponen en práctica comportamientos poco éticos, pueden volverse cada vez más tolerantes hacia ese tipo de conductas y sentirse más cómodas con sus acciones. Ese es el motivo por el cual la corrupción o la violencia aumentan a pasos agigantados: quienes cometen esos actos, se acostumbran a ellos y los justifican.
¿Cómo evitar caer en el sesgo de autojustificación?
La autojustificación suele alimentarse de los recuerdos, que se «podan» y moldean para reforzar nuestro sesgo de confirmación. O sea, a menudo ponemos en marcha una historia revisionista para reducir nuestra culpabilidad y distanciarnos de lo negativo, de manera que podamos confirmar nuestra versión sesgada de los hechos.
Por tanto, debemos mantenernos atentos a este mecanismo psicológico, siendo conscientes de que nuestra memoria no es un almacén donde guardamos íntegramente nuestros recuerdos, sino que es un proceso en constante cambio. Eso significa que, si hemos cometido un error, debemos mirar al pasado para encontrar el punto en el que fallamos.
La clave consiste en la actitud con la cual emprendamos ese proceso de valoración de lo ocurrido. Si nos enfrentamos a nuestras decisiones y actos con el deseo de aprender, no buscaremos excusas sino oportunidades para mejorar.
Y para eso, necesitamos calmar el ego. Necesitamos darnos cuenta de que nuestro “yo” de ayer no es necesariamente nuestro “yo” de hoy y probablemente no será nuestro “yo” de mañana. Estamos en continua evolución, por lo que los errores del pasado no tienen por qué definirnos como personas.
De esta forma evitaremos que las emociones tomen el mando y nos empujen a buscar excusas, que solo servirán para comprometernos cada vez más con esas malas decisiones y volvernos más laxos a la hora de juzgarnos. El mejor antídoto para el sesgo de autojustificación es comprender que algunas situaciones surgen de errores de decisión concretos que no nos definen necesariamente como personas. Aprender la lección nos permitirá crecer. Buscar pretextos nos hundirá.
Referencias Bibliográficas:
Klein, J. & McColl, G. (2019) Cognitive Dissonance: How Self-Protective Distortions Can Undermine Clinical Judgment. Med Educ; 53(12): 1178-1186.
Goethals, G. R. (1992) Dissonance and Self-Justification. Psychological Inquiry; 3(4): 327-329.
Merelman, R. M. (1986) Domination, Self-Justification, and Self-Doubt: Some Social-Psychological Considerations. The Journal of Politics; 48(2): 276-300.
Mills, J. (1958) Changes in moral attitudes following temptation. Journal of Personality; 26(4): 517-531.
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