“Tengo cuatro hijos, tres pequeños y uno grande, mi marido”, afirman algunas mujeres. “Siento que soy la madre de mi pareja”, se lamentan otras.
No es para menos. Una encuesta realizada hace unos años reveló que casi la mitad de las mujeres reconocen que los maridos las estresan 10 veces más que sus hijos.
Sin duda, la biología y la sociedad patriarcal exacerban el sentido de la maternidad. Sin embargo, esa es solo una parte de la historia. Tratar a la pareja como si fuera un hijo más es un fenómeno complejo que va mucho más allá del género para adentrarse en la Psicología de la persona y la dinámica de la relación. Entender lo que ocurre y cortar por lo sano esa tendencia es fundamental para no sabotear la relación.
¿Por qué una persona “adopta” como hijo a su pareja?
Existen muchas razones que dan pie a una relación paterno-filial en la pareja. De hecho, a menudo no hay una única causa sino una confluencia de factores psicológicos:
- Replicar un patrón relacional aprendido. Muchas personas terminan atrapadas una y otra vez en el rol de “padres” o “hijos” de sus parejas porque están replicando un patrón relacional que han aprendido. Es probable que ese patrón provenga de la relación que mantenían sus padres. Si uno de sus padres asumía todas las responsabilidades en el hogar o en el seno de la familia y el otro solía comportarse de manera más inmadura e irresponsable, es probable que pienses que esa es la dinámica normal entre dos personas que se aman. Quizá creas que es natural que uno se convierta en el proveedor y cuidador mientras el otro se subordina. Si nunca te has cuestionado ese patrón, es probable que lo uses como molde para mantener tus propias relaciones.
- Establecer una dinámica de control que brinde estabilidad. Las personas que han experimentado mucha incertidumbre e inestabilidad o han sufrido pérdidas traumáticas en el pasado pueden desarrollar un estilo de apego ansioso que las conduce a intentar controlar al otro. Controlar cada paso que da la pareja, convirtiéndose en sus “padres” o “madres”, les permite reestablecer la sensación de seguridad y estabilidad que tanto ansían, evitando volver a experimentar el miedo, la tristeza y el dolor del pasado.
- Mantener a flote la relación con una persona demasiado diferente. En algunos casos, la necesidad de controlar o guiar al otro es el resultado de la profunda inseguridad personal que nace de las decisiones, actitudes, puntos de vista o comportamientos de tu pareja, los cuales difieren demasiado de tu manera de ver el mundo. Por ejemplo, si eres una persona muy metódica, organizada y responsable, convivir con alguien que no lo sea puede representar un gran desafío. En ese caso, para intentar salvar la relación, puedes intentar convertirte en el padre/secretario de tu pareja, organizándole y dirigiéndole la vida ya que piensas que su comportamiento y prioridades se parecen más a los de un niño pequeño que al de un adulto maduro. Eso te genera una profunda inseguridad, que intentas compensar a través del control de la vida juntos.
¿Por qué no debes intentar educar, corregir o controlar a tu pareja?
Al inicio, es probable que la persona que asume el rol de “padre” o “madre” solo quiera salvar la relación y ayudar al otro a madurar. Con paciencia, lo anima a tomar decisiones diferentes. “Tal vez deberías levantarte más temprano para que puedas llegar a tiempo”. “Tal vez deberías llevar una lista de tus gastos para que puedas ahorrar”. “Tal vez podrías anotar tus compromisos en la agenda para que no los olvides”…
Sin embargo, si la otra persona no se muestra receptiva a esas sugerencias, muy pronto se convierten en recordatorios y más tarde en mandatos perentorios. Un “no te olvides de…” se transforma en un “tienes que hacer…”.
En ese punto ya te has convertido en el «padre» o la «madre» de tu pareja. Te has resignado a asumir sus responsabilidades y lo guías como si fuera un niño pequeño. El problema es que este es el camino más directo hacia la insatisfacción.
Más temprano que tarde, la persona que hace de “padre” o “madre” se verá saturada por el doble trabajo. Tiene que recordar sus compromisos y los de su pareja. Tomar decisiones por los dos. Planificar el futuro en común. Lidiar con sus errores… Y todo eso con un mínimo apoyo.
En cambio, quien asume el papel de “hijo” terminará sintiéndose controlado. En algún momento sentirá que le falta el oxígeno psicológico porque no puede ser él mismo. La imposición de tareas, responsabilidades e incluso formas de ver el mundo pueden terminar desdibujando su personalidad, obligándole a recorrer un camino que no habría elegido libremente.
Este tipo de relación configura una dinámica de poder profundamente desigual. A la larga, esa dinámica relacional suele generar frustración, resentimiento y descontento. El “padre” o la “madre” impone las reglas y se encarga de que el “hijo” las cumpla. Esto provoca una situación de dependencia que quizá funcione durante un tiempo, pero a la larga es probable que el “niño” decida rebelarse o el “padre” se desmorone bajo un exceso de responsabilidades.
¿Cómo romper los roles de “madre” e “hijo” en una relación de pareja?
Cuando empezamos una relación de pareja, llevamos a cuestas un equipaje emocional compuesto por creencias, perspectivas, expectativas, valores y experiencias pasadas. De hecho, mucho antes de comenzar tu relación actual, ya tenías una idea preconcebida de cómo debería ser o cómo deberías comportarte. Por eso, si quieres mantener una relación saludable y desarrolladora para ambos, es necesario hacer un ejercicio de introspección.
La persona que asume el papel de “padre” o “madre” suele ser un cuidador nato. Disfruta cuidando a los demás y de muestra su amor haciéndolo. Sin embargo, también suele ser una persona controladora, muy exigente y que cree que solo hay una manera correcta de hacer las cosas. Generalmente ve a su pareja como alguien que necesita ser atendido porque es irresponsable, indefenso y/o incompetente. Eso significa que le cuesta mucho respetar los límites de su pareja o confiar en que hará lo correcto.
En cambio, quien asume el rol de “hijo” suele ser más pasivo e incluso podría disfrutar de esa atención y cuidado – al menos al inicio de la relación. Suele tratarse de personas a las que les cuesta establecer límites y hacerlos cumplir, por lo que generalmente recurren a comportamientos pasivo-agresivos. A menudo necesitan un poco de orden y seguridad en su vida, pero como tienen problemas para tomar las riendas, prefieren dejar que otros se encarguen de ello. Sin embargo, a la larga empezarán a sentir que su pareja no los respeta, se sentirán indefensos en la relación y comenzarán a alejarse de ella.
Eso significa que para romper los roles paterno-filial es fundamental que cada uno mire dentro de sí. Suele ser más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, por lo que es probable que te concentres en buscar explicaciones en los defectos del otro para evitar el duro trabajo que implica cambiar uno mismo.
En vez de enfocarte en los hábitos que no te gustan de tu pareja, reflexiona sobre tus expectativas para esa relación. Quizá sea cierto que eres la persona más madura y comprometida, pero quizá también estás deseando que tu pareja se adapte a tu molde. Quizá estás intentando que la persona que tienes a tu lado cambie para que se ajuste a tu ideal o forma de ser.
En cambio, recuerda que las relaciones no se deben juzgar sino explorar, entender y apreciar. Como norma, cuanto mejor te comprendas a ti mismo, mejor podrás hacer lo que parece imposible: aceptar a tu pareja por lo que es y no por lo que quieres que sea.
Es probable que en algún momento también tengas que detenerte a reflexionar y preguntarte si realmente vale la pena salvar esa relación o no. Piensa en lo que te condujo a esa persona. A veces, obcecado por la presión del día a día, puedes olvidar que compartís los mismos valores o queréis las mismas cosas, aunque no siempre estéis de acuerdo en el camino a seguir para alcanzarlas.
Por esa razón, es importante que habléis sobre vuestros roles en la relación, vuestras expectativas, el nivel de satisfacción y la manera de concebir la vida en pareja. Quizá lleguéis a un acuerdo. Quizá no. Pero de seguro ambos maduraréis como personas.
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