Las expectativas son creencias personales sobre los sucesos que deberían ocurrir en el futuro y la manera en que deberían producirse. Muchas veces se trata de suposiciones, más basadas en nuestras ilusiones, deseos y anhelos que en la realidad, pero tienen una enorme influencia sobre nuestros sentimientos, pensamientos y comportamientos.
Cuando tenemos grandes expectativas y no se cumplen, podemos sufrir algunas de las mayores decepciones en la vida, golpes tan grandes que incluso pueden conducirnos directamente a la depresión. Como dijera Brad Warner, “la decepción es solo la acción de tu cerebro al reajustarse a la realidad después de descubrir que las cosas no son como creías que eran”.
Sin embargo, las expectativas no son nuestras enemigas. De hecho, pretender deshacernos de ellas y vivir sin expectativas es poco realista. La clave consiste en encontrar el punto justo: ajustar las expectativas teniendo en cuenta nuestras experiencias y las probabilidades reales de que algo ocurra.
La importancia de alimentar expectativas realistas
Todos los días tenemos que tomar multitud de decisiones, desde las más pequeñas hasta las más importantes. Para tomar esas decisiones, necesitamos tener un mínimo de seguridad, que a menudo viene dado por las expectativas. Esperamos llegar antes si tomamos el camino más corto y esperamos que nuestro amigo nos devuelva el dinero que le hemos prestado.
La “seguridad” que nos aportan esas expectativas nos ayuda a reducir la incertidumbre inherente al proceso decisional. De hecho, neurocientíficos de la Universidad de Boston incluso constataron que nos hace sentir mejor a lo largo del proceso ya que nuestro cerebro reacciona a esas expectativas que aportan cierta seguridad sobre los resultados como si fuera una gratificación.
¿Qué significa todo eso?
Significa que, si bien somos conscientes de que toda decisión siempre implica cierto grado de incertidumbre – que debemos aprender a aceptar y gestionar – también necesitamos esa dosis mínima de seguridad que aportan las expectativas para no sentir que nos estamos lanzando al vacío sin paracaídas.
Nuestro cerebro anhela las reglas, las certezas y el control. Cuando nuestras expectativas se cumplen, los centros de recompensa del cerebro se activan y nos sentimos bien. Eso significa que las expectativas pueden ser una herramienta valiosa para generar serenidad ya que representan las posibilidades y nos ayudan a visualizar los resultados.
Sin embargo, las expectativas insatisfechas rompen ese equilibrio y activan una señal de alarma en nuestro cerebro que nos genera malestar. Las expectativas rotas acaparan recursos cognitivos y emocionales para intentar corregir las inconsistencias percibidas como errores, lo cual termina sobrecargándonos.
Por esa razón nos sentimos tan mal cuando estamos casi seguros de que suceda algo y luego no ocurre. De hecho, no solo nos sentimos desilusionados, sino que también podemos experimentar una sensación de extrañeza o incluso bloqueo ya que nos cuesta comprender en qué ha fallado nuestro plan mental. Para aprovechar el potencial de las expectativas reduciendo los riesgos que representan, simplemente debemos asegurarnos de establecer expectativas realistas.
Las claves para ajustar las expectativas a la realidad
- Comprender el origen de las expectativas
Para empezar, es útil reconocer que muchas de nuestras expectativas en realidad provienen de las narrativas sociales, que se convierten en proyecciones internalizadas de cómo “deberían ser” las cosas. Estas fuentes externas suelen alimentarse de la familia, la sociedad o la cultura. De hecho, cada rol social que encarnamos, desde ser padres o hijos, hasta las profesiones, acarrean una lista de expectativas.
En muchas ocasiones, las expectativas poco realistas provienen de esas normas sociales. En otros casos se originan en nuestras necesidades insatisfechas y deseos más profundos. Reconocer de dónde provienen nos ayudará a ajustar las expectativas a la realidad, deshaciéndonos de las creencias predeterminadas sobre cómo deberían ser las cosas o las relaciones.
- Valorar si son adaptativas
Las expectativas poco realistas generan problemas mientras que las expectativas realistas nos aportan la dosis de seguridad necesaria. Cuando las expectativas son demasiado altas, tenemos más probabilidades de caer, lo que nos hará sentir peor. Cuando son demasiado bajas, no estamos lo suficientemente motivados para correr riesgos y avanzar. Por tanto, en el proceso de ajuste de expectativas siempre debemos preguntarnos si lo que esperamos es adaptativo y saludable.
¿Esas expectativas nos ayudan a prepararnos mejor para el futuro? ¿Nos aportan una seguridad fundamentada? ¿Son lo suficientemente flexibles? ¿Nos motivan? ¿Tienen en cuenta los hechos? ¿Se basan en nuestras potencialidades? Las expectativas realistas no obstaculizan nuestro desarrollo, sino que nos animan a seguir avanzando. Cuando logramos equilibrarlas, impulsan nuestro progreso y fomentan el crecimiento.
- Asumir las expectativas como posibilidades
Uno de los principales problemas de las expectativas consiste en confundirlas con certezas. Si tomamos el camino más corto, es posible que lleguemos antes, pero no es una certeza ya que podría haber más tráfico, por ejemplo. Equiparar expectativas con certezas confunde nuestro cerebro y por eso no le podemos dar un sentido procesable.
En cambio, podemos usar las expectativas para ampliar nuestro horizonte y considerar un mayor número de posibilidades. Podemos imaginar todo lo que podría ocurrir para prepararnos para esos escenarios. De hecho, este tipo de pensamiento nos brinda más claridad y nos permite ser más flexibles y adaptarnos a lo largo del camino, que es el precisamente el objetivo de las expectativas realistas.
- Poner a prueba las expectativas
La adaptación va de la mano de la flexibilidad. Ajustar las expectativas implica reconocer la existencia de conflictos y descalabros, aceptar que a menudo las cosas no saldrán según lo planeado. Se trata de prestar más atención a nuestras expectativas sobre los demás, nosotros mismos o el mundo, dándonos cuenta de sus fallos.
Entonces necesitamos reconocer que teníamos expectativas poco realistas. Y en vez de desanimarnos por ello o sentirnos decepcionados, simplemente debemos ajustar las expectativas estableciendo objetivos más viables. No se trata de resignarse sino de adaptar nuestras esperanzas a lo que realmente tenemos posibilidades de conseguir o a lo que podemos pedir a los demás sin llegar a coartar su libertad.
A fin de cuentas, las expectativas son creencias sobre lo que debería o no suceder, y en muchas ocasiones eso queda fuera de nuestro control. Las expectativas versan sobre el futuro, por lo que no podemos aspirar a certezas absolutas. Se trata simplemente de aprender a gestionar ese riesgo e incertidumbre manteniéndolos en un nivel adecuado que nos permita sentirnos cómodos sin caer en un optimismo tóxico.
Referencia Bibliográfica:
Farrar, D. C. et. Al. (2018) Functional brain networks involved in decision-making under certain and uncertain conditions. Neuroradiology; 60(1): 61–69.
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