Hay decepciones que duelen. Desengaños que escuecen. Desilusiones que rompen por dentro. Cuando estás dolido, el sufrimiento puede empañar tu visión. Puede empujarte a buscar culpables fuera. Individuar chivos expiatorios.
Colocar la culpa en el otro aligera el peso emocional de la decepción. Reduce el golpe de un adolorido ego. Te ayuda a compadecerte. Sin embargo, no suele ser justo.
El origen de la decepción, de las promesas incumplidas a las expectativas
Las decepciones surgen de las expectativas. Por eso Alexander Pope escribió: “bendito quien no espera nada porque nunca se decepcionará”.
A veces las expectativas tienen su origen en promesas. Si alguien prometió que te ayudaría, pero no lo hizo, es comprensible que te sientas decepcionado. Si alguien te dijo que estaría a tu lado para siempre y luego te abandonó sin explicaciones, es normal que te sientas desilusionado.
Sin embargo, la inmensa mayoría de las decepciones no provienen de las promesas incumplidas sino de las expectativas que colocas sobre los hombros de los demás.
Cuando conocemos a una persona y conectamos, comenzamos a construir una relación. Creamos vínculos afectivos. Nos comprometemos. Dedicamos tiempo y esfuerzo e incluso hacemos sacrificios. Entonces comenzamos a albergar expectativas. Esperamos reciprocidad. Esperamos que asuma su “deuda relacional”.
Si esa persona no se comporta según lo esperado, nos sentimos decepcionados. Entonces la culpamos. Le reprochamos su falta de compromiso, abnegación, sensibilidad, estabilidad… Pero esos reproches no son más que la expresión de nuestras expectativas rotas. Revelan la ruptura del molde en el que intentamos encajarla.
Generalmente construimos ese molde basándonos en los roles sociales y la idea que nos hemos formado sobre cómo deberían ser los diferentes tipos de relaciones. Así terminamos alimentando expectativas sobre nuestros hijos, padres, pareja, amigos e incluso sobre los compañeros de trabajo y vecinos.
Sin embargo, esa forma de pensar tiene una fisura: no todos comparten nuestra idea sobre cómo deben ser las relaciones. No todos coincidimos en la medida de la entrega necesaria, la dosis de sacrificio o incluso el tiempo que debemos pasar juntos.
A nuestras expectativas suele faltarles una pieza clave: el otro. Por eso se desmoronan con tanta facilidad. Proyectamos nuestros deseos e ilusiones sobre los demás esperando que los cumplan. Y cuando no lo hacen, los culpamos.
Las expectativas como forma de coacción
Todos tenemos una tendencia natural a anticipar los hechos y realizar suposiciones sobre los demás. Es perfectamente comprensible pues así nos preparamos para el futuro. Es normal que queramos saber con quién podemos contar en las horas oscuras o quién nos apoyará cuando tengamos que levantar el vuelo.
Sin embargo, muchas veces nuestros “planes” se alejan de la realidad. No se basan en datos objetivos o promesas serias sino en nuestros deseos e ilusiones. Cuando asumimos que los demás se comportarán de determina manera confundimos el “yo espero” o “yo deseo” con las certezas. Las expectativas se entremezclan peligrosamente con la realidad.
En esos casos, las expectativas irrealistas no solo se convierten en una fuente de decepción para ti sino también en una forma de coacción para quienes te rodean.
Albergar expectativas demasiado altas sobre los demás encierra una obligación implícita, es un apremio para que cumplan nuestros deseos. Las expectativas se ciernen sobre las personas como una sombra y limitan su libertad al empujarlas en direcciones que quizá no habrían elegido libremente.
Por eso, siempre es mejor que quienes forman parte de tu vida actúen con total libertad. Si hacen algo por ti es porque lo han decidido conscientemente y lo desean desde lo más profundo de su corazón. Agradécelo y sé feliz por ello. Si no es así, no te obsesiones. No te hundas ni busques culpables.
En la vida, intenta no “amarrar” a nadie a tus expectativas. No empujes a los demás a contentarte solo por el miedo a decepcionarte o para no sentirse culpables. Deja que te quieran libremente.
Sé como quieres ser y deja que los demás también lo sean. No los recrimines ni los culpes cuando no satisfacen tus deseos, esperanzas o ilusiones. Recuerda que no estás en este mundo para cumplir las expectativas de los demás, así como los demás no lo están para cumplir las tuyas, parafraseando a Fritz Perls.
Construye tu felicidad respetando la libertad de los demás. Reenfoca tus expectativas sobre lo que puedes hacer por ti mismo y deja que te quieran sin sometimientos, sin ataduras, sin expectativas. Deja que cada quien sea y te ofrezca lo que pueda darte.
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