
En el ambiente psicológico no se suele hablar de algo porque es «políticamente incorrecto», pero no todo el mundo acude a terapia para cambiar. Hay personas que van a la consulta para que les digan que tienen razón. No buscan ayuda sino validación emocional. Realmente no quieren un terapeuta sino un notario emocional que certifique lo que sienten y quieren.
Hay una mala noticia: la terapia no tiene ese fin – ni debería tenerlo.
La psicoterapia como trinchera emocional
La terapia psicológica no es un spa emocional. Tampoco es un buzón de quejas donde uno descarga los problemas de la semana y sale con una frase motivadora hasta la siguiente sesión. La terapia es – o debería ser – un espacio donde uno se ve a sí mismo sin maquillaje emocional, donde salen a la luz nuestras contradicciones, sombras y conflictos latentes. Pero eso incomoda. Mucho.
Y cuando algo incomoda, algunas personas, en vez de mirar dentro, pretenden que el psicólogo mire con lupa a los demás. Básicamente, quieren que el terapeuta valide su idea de que todos son tóxicos. Hay pacientes que no buscan terapia, buscan cómplices. Y si no les das la razón, lo experimentan como una traición.
Muchos también esperan que el terapeuta sea una especie de GPS: que les diga adónde y por dónde ir y que recalcule el trayecto si se desvían. Piensan que la terapia es repantigarse en un sofá a hablar mientras el psicólogo se encarga del trabajo «duro». Sin embargo, un buen psicólogo nunca te dirá lo que debes hacer porque su misión no es decidir por ti, sino ayudarte a reflexionar para que tomes la mejor decisión posible y, obviamente, asumas las consecuencias con madurez.
La terapia como excusa
Hay personas que no buscan ayuda para crecer, sino más bien una coartada emocional para seguir igual, pero con una narrativa terapéutica que los apoye e incluso suene bien, del tipo: “estoy poniendo límites”, aunque esos límites parezcan más puertas blindadas.
En esos casos, no se busca una guía u orientación para emprender un cambio transformador sino más bien un corista emocional que valide su visión del mundo. Se pide comprensión, pero no se ofrece apertura. Se demanda validación, pero se rechaza el movimiento.
Entonces, la terapia deja de ser una herramienta de transformación para convertirse en un escenario de autolegitimación. Un sitio donde coleccionar etiquetas, frases e incluso diagnósticos como justificaciones para explicar por qué la persona no puede cambiar.
De hecho, otra creencia peligrosa consiste en pensar que hablar de tus emociones es igual que trabajarlas. NO. Hablar ayuda. Expresar lo que sientes es catártico. Pero no es sinónimo necesariamente de transformación. Hay pacientes que pueden pasarse meses analizando su historia sin mover una sola pieza de su vida actual.
El terapeuta no es un notario emocional
Obviamente, los psicólogos tienen herramientas para intentar abatir esos mecanismos de defensa, pero no somos magos. Parte del éxito de la terapia también depende del compromiso con el cambio del paciente. De hecho, cuando no hay una involucración, aproximadamente el 68% de las personas abandona la terapia.
Si acudes a la consulta con la expectativa de que el psicólogo solo valide lo que sientes o piensas, sin el compromiso de revisar nada en profundidad, el camino se te hará muy cuesta arriba.
Los psicólogos no están simplemente para validar el dolor emocional y devolver los pacientes al mundo con un “tienes razón en todo, sigue así”. Están ahí para hacer preguntas incómodas, pero necesarias. Para hurgar en lo que no se ve. Para sacar a flote lo que molesta.
Nuestro trabajo no es validar cualquier cosa que diga el paciente, sino ayudarlo a entender por qué lo dice, qué función cumple y, sobre todo, qué costo tiene mantener esa narrativa. Si acudes a la consulta buscando que te den la razón en todo, probablemente salgas frustrado.
¿Y si no quiero cambiar?
Está bien. No pasa nada. No todo el mundo está listo para el cambio.
No hay nada de malo en ir a terapia buscando un poco de alivio. Pero si ese alivio se convierte en una trinchera o excusa para replicar los mismos patrones que han generado el malestar, entonces no estás haciendo psicoterapia, sino autoindulgencia asistida.
Por supuesto, muchas veces las personas necesitan un espacio de contención antes de comenzar el proceso de transformación. Y eso también es terapia. Pero hay que ser honestos antes de acudir a la primera sesión y tener claras las expectativas:
- ¿Estoy aquí para solo para desahogarme o para replantearme algo importante?
- ¿Estos buscando herramientas psicológicas para mejorar o solo pretendo comprensión incondicional?
- ¿Estoy buscando un alivio temporal o estoy preparado para asumir mi responsabilidad con el cambio?
- ¿Espero que el psicólogo me diga lo que tengo que hacer o que me acompañe para descubrirlo por mi cuenta?
- ¿Quiero mejorar mis relaciones y mi vida o solo quiero que los demás cambien?
Ninguna de esas opciones es “mejor”, pero es importante tenerlas claras. Porque la terapia es más eficaz cuando se trabaja desde la verdad emocional, no desde el autoengaño. Si en las sesiones todo te resulta agradable y validante, es probable que no estés profundizando lo suficiente. Porque cuando empiezas a cuestionar tus mecanismos, tus excusas, tus relaciones y tu narrativa, se revuelve algo dentro. Y eso es buena señal.
Tú decides qué tipo de proceso quieres emprender, asumiendo que crecer puede ser incómodo, pero también es profundamente liberador. Porque cuando soltamos la necesidad de que todo sea validado y nos atrevemos a incomodarnos un poco, empezamos a movernos. A reconstruirnos. A ser dueños de nuestra historia, en vez de rehenes de nuestro relato.
Referencias Bibliográficas:
Sivaji, R & Belgamwar, R. (2022) Improving Patient Engagement in Psychological Interventions. BJPsych Open; 8(1): S145.
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