
Cuando la vida mueve ficha, luego nos toca el turno. La adversidad, los reveses o las situaciones estresantes son una parte de la historia. La otra parte la escribimos nosotros. Según la estrategia de afrontamiento que utilicemos, esa historia puede terminar mejor o peor.
En sentido general, no existen estrategias de afrontamiento buenas o malas per se. Todo depende de la situación. En algunas circunstancias es conveniente luchar y en otras es mejor escapar. A veces vale la pena perseverar y otras veces es mejor desistir. Necesitamos tener la inteligencia emocional necesaria para saber qué estrategia es la más adecuada en cada momento.
Sin embargo, la mayoría de las veces actuamos de manera automática, aplicando las estrategias de afrontamiento “por defecto” que ya hemos usado en otras ocasiones. Si solemos aplicar estrategias de evitación, es probable que pongamos en marcha lo que se conoce como “conductas de búsqueda de seguridad”.
¿Qué son las conductas de seguridad?
Las conductas de búsqueda de seguridad son aquellos comportamientos que ponemos en práctica para prevenir o minimizar los efectos de una situación o evento que percibimos como amenazante. Por tanto, su principal objetivo es hacernos sentir a salvo y aliviar de manera casi inmediata el miedo o la ansiedad que nos generan esas situaciones.
Las conductas de seguridad son estrategias que utilizamos para sentirnos más seguros ante una situación temida. En muchos casos se trata de comportamientos encubiertos mediante los cuales nos aferramos a algún recurso que nos hace sentir más seguros y protegidos ayudándonos a mantenernos en un entorno que nos resulta hostil reduciendo el nivel de ansiedad.
De hecho, en nuestro día a día solemos poner en práctica diferentes conductas de seguridad sin ser conscientes de ello. Meternos las manos en los bolsillos cuando nos sentimos incómodos o apoyar las manos en algún lugar si están temblando son algunos ejemplos de conductas de seguridad.
Hablar mucho para evitar los silencios tensos, ignorar a una persona que nos hace sentir incómodos, sentarnos al final de una sala de reuniones para evitar llamar la atención, jugar con el lápiz cuando estamos nerviosos o desviar la mirada cuando creemos que una persona puede ponernos en un aprieto son otras conductas de seguridad cotidianas que nos ayudan a pasar mejor algunos tragos sociales amargos.
El afrontamiento parcial de la realidad no suele ser una buena idea
El problema de las estrategias de afrontamiento evitativas es que, si bien producen un alivio momentáneo de la tensión y el malestar, a medio y largo plazo suelen alimentar la ansiedad y las conductas evitativas. De hecho, las conductas de seguridad también se conocen como estrategias de afrontamiento parcial o defensivas y los especialistas en Terapia Cognitivo-Conductual recomiendan inhibirlas o abandonarlas por completo.
Las conductas de seguridad pueden convertirse en un impedimento para curar la ansiedad a nivel terapéutico. Las personas que sufren ataques de pánico y agorafobia, por ejemplo, suelen sentarse cerca de la puerta para poder salir más rápido o solo se mueven por zonas cercanas a hospitales o farmacias en las que puedan socorrerles.
Las comprobaciones continuas que realizan las personas con trastorno obsesivo-compulsivo son otro ejemplo de conductas de seguridad para tranquilizarse, así como maquillarse mucho para que las personas no noten el rubor, en el caso de las mujeres que padecen ansiedad social o miedo a hablar en público.
Las personas hipocondríacas, en cambio, suelen recurrir a “medicamentos milagro” para sentirse más tranquilas y acuden continuamente a la consulta del médico para descartar supuestas patologías graves. Obviamente, todas esas conductas de seguridad no están dirigidas a curar el problema de base, sino a minimizar los síntomas de manera puntual.
Por esa razón, se piensa que las conductas de seguridad juegan en contra de los trastornos de ansiedad al impedir que se produzcan las experiencias disconfirmativas del peligro. Si una persona obsesiva no deja de lavarse las manos continuamente por el miedo a contaminarse, por ejemplo, no podrá comprobar que no sucede nada si se lava las manos con menos frecuencia.
La focalización en las señales de seguridad reduce el procesamiento de la información relacionada con la amenaza percibida, impidiendo que la persona pueda constatar por sí misma si la situación es peligrosa o no. De hecho, en muchos casos las conductas de seguridad terminan consolidando la sensación de peligro. Por ejemplo, si una persona con ansiedad social habla rápido para salir lo antes posible de la situación que le genera tensión, ese comportamiento le está indicando a su cuerpo y a su cerebro que se encuentra en una situación es peligrosa y debe hacer algo para mantenerse a salvo, lo cual termina reforzando su miedo.
Ese mismo mecanismo también puede impedir que la persona desarrolle una sensación de dominio sobre el entorno y sus propias respuestas, limitando, por ende, su capacidad de afrontamiento, ya que la posibilidad de enfrentarse a las situaciones temidas dependerá siempre de la disponibilidad de esos “calmantes externos”. O sea, la persona termina desarrollando una dependencia de esas conductas de seguridad, lo cual le impide desarrollar la autoconfianza y la seguridad que necesita para afrontar de manera adaptativa sus temores y angustias.
La ansiedad le dice que elija lo seguro, pero muchas veces para superar ciertos miedos es necesario esforzarse y experimentar cierto grado de incomodidad.
¿Cuándo pueden ser útiles las conductas de seguridad?
Si bien es cierto que las conductas de seguridad pueden llegar a generar una dependencia de “calmantes externos”, los cuales pueden reforzar la idea de que determinada situación es peligrosa, no es menos cierto que en algunos casos pueden ayudar a las personas a exponerse gradualmente a los estímulos ansiógenos y angustiantes manteniendo cierto grado de control, lo cual podría ayudarles a disminuir el temor y la evitación.
Esto significa que las conductas de seguridad se pueden usar cuando nos permiten ir aumentando gradualmente la tolerancia a las situaciones temidas o aquellas que nos generan incomodidad. Podemos usarlas como un trampolín para reducir la ansiedad mientras nos enfrentamos a esas situaciones.
Sin embargo, debemos mantenernos atentos para que no se conviertan en un “calmante externo” del cual nos volvemos dependientes porque en ese caso no nos ayudarán, sino que se convertirán en una estrategia de afrontamiento parcial de la realidad. En práctica, es como si decidiéramos mirar solo la mitad del mundo y obviar la otra parte.
Fuentes:
Milosevic, I. & Radomsky, A. (2008) Safety behaviour does not necessarily interfere with exposure therapy. Behaviour Research and Therapy; 46: 1111– 1118.
Sloan, T. & Telch, M. J. (2002) The effects of safety-seeking behavior and guided threat reappraisal on fear reduction during exposure: An experimental investigation. Behaviour Research and Therapy; 40: 235–251.
Rachman, S. J. (1983) The modification of agoraphobic avoidance behaviour: Some fresh possibilities. Behaviour Research and Therapy; 21: 567–574.
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