¿La cultura de la cancelación ha llegado para quedarse? El avance de la intolerancia a lo diferente y la crítica irreflexiva que conduce al castigo desproporcionado se está afianzando como una forma “válida” de defender lo que se considera “justo”.
Ante esa tendencia, hace unos meses cientos de escritores, investigadores y filósofos, entre ellos Noam Chomsky, Margaret Atwood, J.K. Rowling y Malcolm Gladwell, firmaron una carta abierta alertando acerca de la creciente cultura de la cancelación.
Afirman que “la censura se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia a los puntos de vista opuestos, una moda a la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones complejas con una certeza moral cegadora”.
En esa carta hablan de un auténtico “ajuste de cuentas” que “debilita nuestras normas de debate abierto y tolerancia de las diferencias a favor de una conformidad ideológica”. Advierten de que “esa atmósfera sofocante dañará en última instancia las causas más vitales de nuestro tiempo. La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o de una sociedad intolerante, perjudica invariablemente a los que carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente”.
Y termina indicando que “la forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas o rechazarlas”.
Sin duda, la cultura de la cancelación es un tema sensible y complejo, sobre todo en una sociedad que está más acostumbrada a criticar que a pensar y a condenar que a comprender. Por eso, los psicólogos y sociólogos tienen un papel insoslayable en el análisis y posible contención de este fenómeno que amenaza con homogeneizar las ideas y sentar verdades absolutas.
El linchamiento no es un fenómeno moderno
No nos engañemos, el linchamiento y la condena al ostracismo no son fenómenos nuevos ni han nacido con las redes sociales. Siempre han existido formas de control social a través de la vergüenza y el rechazo. De hecho, eran un elemento básico del puritanismo y siguen siendo comunes en diferentes comunidades religiosas.
En la Antigua Grecia, por ejemplo, cada año se reunía una asamblea y votaba si era necesario desterrar a algún ciudadano. Si era así, convocaban otra votación pública para que cada persona inscribiera sobre un fragmento de cerámica o una concha de ostra el nombre de quien debía ser desterrado para contribuir al orden público.
El condenado al ostrakismós debía abandonar la ciudad en un plazo de 10 días y no podía volver antes de los diez años. En algunos casos, esa exclusión equivalía a una condena a muerte porque en aquellos tiempos era muy difícil sobrevivir fuera de la ciudad.
Desde aquel momento, el ostracismo degeneró. En el Medioevo se linchaba a las “brujas” y no faltaron los linchamientos a las mujeres adúlteras. A inicios del siglo pasado, en Estados Unidos se produjeron terribles linchamientos de negros. Y al terminar la Segunda Guerra Mundial no faltaron los linchamientos y el escarnio público a los simpatizantes con los derrotados.
El ostracismo y linchamiento tienen el propósito de homogeneizar determinadas ideas y comportamientos socialmente deseables. La persona o grupo castigado sirve como ejemplo público, para que los demás no se atrevan a ir en contra de la corriente dominante. Esa corriente a veces puede estar comandada por un dictador o un grupo – más o menos grande – que ejerce el poder. El resultado es el mismo: somete y silencia a los disidentes.
En la actualidad, las redes sociales solo han amplificado ese fenómeno, intentando imponer una visión correcta de hacer las cosas y una ideología justa en nombre de las cuales se pretende cancelar todo lo que no corresponda con esos cánones.
¿Qué es la cultura de la cancelación?
No se puede analizar un fenómeno sin antes definirlo. El psicólogo Utpal Dholakia, de la universidad de Houston, brinda un concepto interesante de la cultura de la cancelación. Indica que se trata de “el acto voluntario de un individuo de rechazar públicamente y perseguir activamente el daño contra un supuesto transgresor”. La cultura de la cancelación implica, por ende, una reacción pública con el objetivo de castigar y cancelar a aquellas personas, empresas u obras que representen algo ofensivo.
Dholakia explica que para que se produzca un episodio de cancelación, es necesario que confluyan tres procesos psicológicos:
1. Identificar la transgresión y considerar que es significativa. El fenómeno de la cancelación comienza con una transgresión – que puede ser real o percibida – pero que ofende al “cancelador” puesto que la considera grave. Esa transgresión puede ser cualquier cosa, basta que se perciba como la violación de un valor de justicia social profundamente arraigado en el “cancelador”.
2. Experimentar fuertes emociones negativas. La transgresión suele despertar una reacción emocional intensa. Generalmente las personas experimentan rabia y odio, que son los motores impulsores del linchamiento mediático. Aunque también pueden experimentar indignación, miedo o disgusto. Esas emociones impulsan al rechazo y el deseo de aplicar un castigo.
3. Actuar de manera punitiva y visible para dañar al transgresor. En esta fase el “cancelador” intenta castigar al transgresor, haciendo que su acción punitiva sea visible. Lo más habitual es que le ataque verbalmente intentando avergonzarlo o arruinar su reputación. Esos ataques son visibles porque su objetivo es sumar a más persona al linchamiento público con el objetivo de que se produzca la cancelación cultural de esa persona o entidad.
De hecho, lo diferenciador de la cultura de la cancelación es que no ocurre en el ámbito privado. La persona ofendida, por ejemplo, no se limita a dejar de seguir al transgresor en las redes sociales, sino que busca castigarle y dañarle públicamente. Se trata de una represalia.
La cultura de la cancelación se difunde mediante el contagio social
“Un acto individual de cancelación es un rechazo psicológico”, indicó Dholakia. Sin embargo, cuando se comunica a través de las redes sociales se busca un efecto contagio, lo cual suele amplificar el daño que puede haber causado el transgresor. De esta manera se percibe que el transgresor no solo ha afectado a una persona sino a todo el grupo que se siente ofendido por sus palabras o acciones.
Entonces ese grupo pretende cancelarlo de la sociedad. En vez de una persona, es un grupo el que emprende las acciones punitivas. Las redes sociales contribuyen a sacar las cosas de quicio, fomentan los juicios rápidos eliminando el contexto y se convierten en combustible que alimenta la ira y el deseo de venganza – muchas veces convenientemente disfrazado de supuesta “justicia”.
Por eso, a un observador externo e imparcial, es probable que las acciones punitivas del “cancelador” le parezcan desproporcionadas en comparación con la magnitud de la transgresión. En estos casos, no hay denuncias ni enjuiciamiento. Solo condena, sin presunción de inocencia. Es el juicio del “cancelador” y su aparente sentido de la justicia lo que desencadena la acción punitiva.
La cultura de la cancelación en realidad es una extensión de la cultura de la denuncia: una escalada de ira para pedir la cabeza del transgresor. La llamada a la cancelación lo que expresa es la incomodidad con un tipo de discurso y la incapacidad dialogante para afrontarlo de manera más constructiva.
La cancelación cultural no se basa en una evaluación metódica, racional y equilibrada de la transgresión, sino que suele ser una respuesta visceral basada en una comprensión compartida de la transgresión. El castigo desproporcionado y la restricción o censura de la libertad de expresión suelen ser los resultados de ese proceso de cancelación cultural.
Castigar en nombre de la «justicia» no nos convierte en buenas personas
El activismo que solo consiste en señalar con el dedo, culpar, avergonzar, cancelar y aislar en realidad se parece más a una liberación catártica a corto plazo que a una actitud madura y comprometida con el cambio para trabajar por una sociedad mejor para todos.
La cultura de la cancelación no nos convierte en una sociedad mejor. No da pie al cambio que deseamos. Al contrario, todos se quedan más enfadados, frustrados y tristes. En vez de crear historias de castigo y excomunión, es mejor apostar por historias de transformación y evolución.
En un mundo de opuestos, la vía es la armonía, no el choque frontal. Cada vez que se ataca lo que consideramos un antivalor, este crece en la misma proporción en el sentido opuesto. Cuanto más se ataca a alguien, más se habla de esa persona y más atención recibe. De hecho, a menudo los ataques más despiadados son los que generan más simpatía en otros grupos sociales. Así se fomenta precisamente el comportamiento o el valor que se pretendía erradicar.
Aunque quizá lo más terrible es que los “canceladores” se convierten en guardianes autoproclamados de la pureza y la justicia. Sin embargo, cancelar y castigar por una causa justa no los convierte en buenas personas.
Avergonzar, humillar y castigar a los demás no funciona. Es una acción eminentemente punitiva y autoengrandecedora que sirve para alimentar el ego de quienes se erigen como poseedores de la verdad y los buenos valores. De hecho, rara vez cambia la opinión de la persona castigada, sino que a menudo la radicaliza aún más.
¿Existe solución?
Noam Chomsky dijo: “Si estás a favor de la libertad de expresión, crees en la libertad de expresión para las opiniones que no te gustan […] De lo contrario, no estás a favor de la libertad de expresión”.
Rechazar la cultura de la cancelación no tiene por qué significar rechazar los principios de justicia social y el impulso por la igualdad que la alimenta. “Esto no significa reprimir nuestras reacciones o renunciar a la responsabilidad”, afirmó Chomsky. “Al contrario, significa darnos el espacio para honrar verdaderamente nuestros sentimientos de tristeza e ira, sin reaccionar de una manera que implique que los demás son… incapaces de compasión y cambio”.
No significa estar de acuerdo con las ideas de los demás, sino respetarlas y buscar un espacio de diálogo transformador. El disentimiento nos fortalece como sociedad y como personas. Solo tenemos que aprender a lidiar con ello.
El psicólogo Grant Hilary Brenner dijo que “la cultura de la cancelación es un “TDAH colectivo” causado por la necesidad de manejar inmediatamente la angustia a través de la acción”, en vez de buscar sus causas más profundas y desarrollar las herramientas culturales y personales para lidiar con lo diferente.
Por tanto, la vía para crear una sociedad inclusiva, en vez de culturas que castiguen a quienes piensan diferente, comienza porque cada individuo madure y acepte la diferencia, no como algo que simplemente hay que resignarse a “tolerar” sino como un fenómeno enriquecedor.
Fuentes:
Dholakia, U. (2020) What Is Cancel Culture? En: Psychology Today.
Hilary, G. (2020) The Psychology of Cancel Culture and Mass Violence Risk. En: Psychology Today.
Ackerman, E. et. Al. (2020)A Letter on Justice and Open Debate. En: Harper’s Magazine.
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