Benjamin Franklin sabía que era inteligente, más inteligente que la mayoría de las personas que lo rodeaban, pero también era lo suficientemente inteligente como para comprender que no podía estar en lo cierto en todo. Por eso, se cuenta que cuando estaba a punto de empezar una discusión, decía: “Quizá me equivoque, pero…”.
Esta simple frase tranquilizaba a las personas y las predisponía positivamente a escuchar su mensaje y mostrarse más abiertas a los desacuerdos, tomándoselos como algo menos personal. No obstante, la frase tenía un doble impacto porque también ayudaba a Benjamin Franklin a prepararse psicológicamente para escuchar nuevas ideas, a veces completamente diferentes a la suya.
Esa forma de humildad intelectual y apertura mental, tan poco común en nuestros días, no solo es esencial para mantener relaciones sociales más asertivas y constructivas sino que también nos permite crecer como personas.
¿Por qué necesitamos desarrollar una mentalidad abierta?
“Los hombres que se han deshumanizado convirtiéndose en ciegos adoradores de una idea o un ideal son fanáticos cuya devoción por las abstracciones los convierte en enemigos de la vida”, escribió Alan Watts para alertarnos del peligro que representa creer que tenemos la verdad absoluta e intentar defender de forma ciega un ideal.
Al contrario, en la vida necesitamos una buena dosis de humildad intelectual. La mentalidad abierta es lo que nos salva de la barbarie a nivel social y lo que nos permite progresar a nivel personal. Una mente abierta se encuentra en continuo cambio y transformación, como un río que corre incesantemente. Una mente cerrada se ha atascado y, por tanto, es lo contrario al incesante fluir de la vida.
Al igual que Benjamin Franklin, debemos ser capaces de defender nuestras ideas cuando estamos seguros de ellas pero también debemos ser lo suficientemente inteligentes como para admitir que nos equivocamos, escuchar ideas diferentes y, en última instancia, comprender y aceptar otras maneras de ver el mundo.
Solo cuando nos abrimos a nuevas ideas podemos aprender. Si creemos que tenemos la verdad en la mano, solo podemos estar seguros de que no nos moveremos de nuestra postura. Creer que somos dueños de la verdad implica condenarnos al anquilosamiento. Después de todo, se aprende más escuchando que hablando.
Por desgracia, en muchas ocasiones nos convertimos en nuestro mayor obstáculo para desarrollar una mentalidad abierta. Somos víctimas de nuestros patrones de pensamiento y nuestro sistema de valores, los cuales nos impiden concebir otra verdad o realidad más allá de la nuestra. Por simple pereza selectiva, somos más analíticos con las ideas ajenas que con las nuestras. De hecho, un experimento realizado en la Lund University demostró que somos capaces de rechazar nuestros propios argumentos el 60% de las veces si los presenta otra persona.
Además, debido a que también odiamos la disonancia cognitiva, tenemos la tendencia a prestar más atención a aquellas ideas que refuerzan las nuestras mientras obviamos gustosamente aquellas contrarias que ponen en tela de juicio nuestra visión del mundo o de nosotros mismos y demandan un trabajo interior.
¿Qué es la humildad intelectual?
Los psicólogos han dedicado años a intentar entender por qué algunas personas tercas se aferran a sus creencias, incluso cuando les presentan evidencias irrefutables de que deberían abandonarlas, y por qué otras son capaces de adoptar rápidamente nuevas creencias. Intentando encontrar el secreto de la mentalidad abierta desarrollaron el concepto de humildad intelectual.
La “humildad intelectual”, a diferencia de la humildad en sentido general que se define por características como la honestidad, la sinceridad y el altruismo, hace referencia a la voluntad de cambiar, unida a la sabiduría de saber cuándo debemos mantenernos fiel a nuestra postura. Es un estado de apertura a las ideas diferentes, mostrándonos receptivos a las nuevas evidencias.
La humildad intelectual es también un compromiso con la búsqueda de nuevas ideas, aunque estas contradigan las nuestras, es comprometerse a escuchar a los demás prefiriendo el descubrimiento al estatus social.
Psicólogos de la Universidad de Pepperdine indican que la humildad intelectual está compuesta por:
– Respeto hacia otros puntos de vista
– No ser demasiado confiado intelectualmente
– Separar el ego del intelecto
– Predisposición a revisar los puntos de vista propios
Psicólogos de la Universidad Loyola Marymount añaden otra característica: la curiosidad, que es precisamente el rasgo que nos permite mantenernos abiertos a experiencias y puntos de vista diferentes. La voluntad de probar cosas nuevas nos ayuda a abrirnos a otras perspectivas, a veces radicalmente diferentes a la nuestra, y aceptarlas como igualmente válidas.
¿Cómo desarrollar la humildad intelectual?
Ante todo, debemos estar dispuestos a abrazar el cambio, lo cual significa reconocer que las ideas que ayer dábamos por acertadas, hoy podrían ser erróneas o quizá insuficientes. Para ello, necesitamos dejar de identificarnos con nuestros pensamientos e ideas. De esta manera no asumiremos las ideas diferentes como un ataque a nuestro ego y podremos valorarlas de forma racional, sin adoptar una actitud defensiva que levante muros en vez de derribarlos.
Necesitamos aprender a discutir ideas, acallando nuestro ego. Para ello, deberíamos hacer nuestra la frase de Eleanor Roosevelt: «Las grandes mentes discuten ideas, las mentes mediocres discuten acontecimientos y las pequeñas mentes discuten a la gente«.
Para alcanzar ese nivel de humildad intelectual necesitamos superar lo que los psicólogos denominan nuestro «prejuicio de punto ciego». Se trata de la tendencia a no darnos cuenta de nuestros propios sesgos cognitivos y pensar que tenemos menos prejuicios que los demás. Necesitamos admitir que nuestras opiniones y las ajenas son solo eso, opiniones que pueden variar según las circunstancias. Así escaparemos a la trampa del egocentrismo intelectual.
Por último, pero no menos importante, necesitamos desarrollar la actitud de un niño, lo cual significa alimentar ese deseo de conocer, de preguntar y no darnos por satisfechos con las respuestas que obtenemos. Desarrollar la curiosidad que nos permita ir más allá de lo que nos han enseñado o lo que nosotros mismos creemos. Solo así podremos desarrollar la humildad intelectual necesaria para reconocer nuestros errores y dar el mayor paso de todos: cambiar nuestras creencias por otras más inclusivas y desarrolladoras.
Fuentes:
Snow, S. (2018) A New Way to Become More Open-Minded. En: Harvard Business Review.
Whitcomb, D. et. Al. (2017) Intellectual Humility: Owning Our Limitations. Philosophy and Phenomenological Research; 94(3): 509-539.
Krumrei-Mancuso, E. J. & Rouse, S. V. (2016) The development and validation of the Comprehensive Intellectual Humility Scale. Journal of Personality Assessment; 98: 209- 221.
Trouche, E. et. Al. (2015) The Selective Laziness of Reasoning. Cognitive Science; 1-15.
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