La importancia de la escucha activa es enorme, pero invadidos por las prisas, lo hemos olvidado. Escuchamos distraídamente, de manera que las palabras se convierten en un ruido de fondo con el que no conectamos emocionalmente. O practicamos una escucha reactiva, de manera que escuchamos para rebatir los argumentos de nuestro interlocutor, convirtiendo la conversación en un campo de batalla.
Así enterramos la escucha empática y cortamos los puentes del diálogo y el entendimiento mientras cada quien se ensimisma cada vez más en su mundo, alimentando sus creencias solo con aquello que desean oír porque no genera ninguna disonancia cognitiva ni implica el esfuerzo de ponerse en el lugar del otro.
El poder terapéutico de la escucha
Todos experimentamos la necesidad de ser escuchados. Tenemos una necesidad universal de conectividad y pertenencia. Necesitamos conectar con los demás para sentirnos validados y aceptados. Cuando esas necesidades no se satisfacen, nuestro interior se convierte en un caldo de cultivo para las dudas, el resentimiento y la frustración. Podemos sentirnos profundamente desconectados, solos e incomprendidos.
La escucha activa es el antídoto ante la alienación. No es casual que ese es el tipo de escucha haya dado origen a la terapia psicológica. A inicios de la década de 1880, Josef Breuer trató a la paciente Anna O, cuyo caso influiría en la obra posterior de Sigmund Freud. La paciente se refirió a aquel tratamiento como “cura hablada”.
Desde entonces, la escucha activa y empática ha ocupado un lugar protagónico en la la Psicología, pero también debería encontrarse en el centro de nuestra vida cotidiana. Cuando nos detenemos para escuchar a una persona y no solo prestamos atención a sus palabras sino también a sus emociones, podemos conectar a un nivel más profundo. Esa escucha tiene un poder terapéutico.
De hecho, oír, puede cualquiera. Escuchar de manera activa y empática es otra cosa. Es una actitud ante el otro, una disposición interior hacia la persona que se encuentra delante. Por eso, Carl Rogers estaba convencido de la enorme importancia de la escucha activa y empática en la psicoterapia y creía que era el secreto de su poder sanador. Afirmaba que hacer terapia no implicaba prescribir o dirigir la vida de la persona sino mostrarse abierto, empático, congruente y libre de prejuicios para acoger sus miedos, inseguridades, sentimientos y preocupaciones.
La importancia de la escucha activa y empática en la vida
“Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a darme consejos, no has hecho lo que te he pedido.
Cuando te pido que me escuches, y tú empiezas a decirme por qué no tendría que sentirme así, no respetas mis sentimientos.
Cuando te pido que me escuches, y tú sientes el deber de hacer algo para resolver mi problema, no respondes a mis necesidades.
¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no que hables ni que hagas. Sólo que me escuches. Aconsejar es fácil. Pero yo no soy un incapaz.
Quizá esté desanimado o tenga dificultades, pero no soy un inútil. Cuando tú haces por mí lo que yo mismo podría hacer y no necesito, no haces más que contribuir a mi inseguridad.
Cuando aceptas, simplemente, que lo que siento me pertenece, aunque sea irracional, entonces no tengo que intentar hacértelo entender, sino empezar a descubrir lo que hay dentro de mí”, escribió R. O’Donnell en 1989.
La escucha empática y sin juicios permite que dos personas conecten en igualdad de condiciones. De hecho, no implica únicamente comprender a nuestro interlocutor sino devolverle nuestros sentimientos. Es una escucha que acoge y abraza. Que hace sentir cómoda y aceptada a la persona, de manera que pueda repararse y crecer a partir de ese estado. Al escuchar a esa persona con todo nuestro ser, estando plenamente presentes, estamos estableciendo un vínculo y es en esa conexión donde se produce el cambio.
A través de esa reformulación, cuando devolvemos aceptación y validación, logramos que esa persona se sienta escuchada, comprendida y aceptada. Sin embargo, la magia de la escucha activa es que funciona en dos direcciones porque no solo promueve el cambio de quien es escuchado sino también de quien escucha.
Escuchar desde la auténtica empatía implica bajar nuestras defensas. Mostrarnos receptivos y dejar a un lado nuestros prejuicios. Cuando escuchamos realmente a los demás podemos entender mejor sus puntos de vista y sentimientos, lo cual puede ayudarnos a disipar nuestros estereotipos y nos abre la puerta para deshacernos de la intolerancia y la rigidez.
Escuchar – de verdad – nos hace humanos. Nos abre mental y emocionalmente a otras personas. Nos hace más comprensivos y empáticos. Y nos ayuda a crear un mundo mejor para todos. La decisión, obviamente, está en nuestras manos. Podemos seguir cerrando puertas al diálogo o podemos abrirlas de par en par desde una postura abierta, empática y sin juicios.
Fuentes:
Jackson, S. W. (1992) The Listening Healer in the History of Psychological Healing. Am J Psychiatry; 149(12): 1623-1632.
O’Donnell, R. (1989) La escucha. En Pangrazzi, A [ed], El mosaico de la misericordia, Sal Terrae, Santander.
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