Hay personas desesperantes. Sin términos medios. Personas manipuladoras que vuelven a la carga una y otra vez. Personas que presionan y a las que les da igual todo tipo de límites. Personas que, con sus actitudes y palabras, se convierten en la gota que colma el vaso.
¿Qué hacer cuando les hemos dicho “no, gracias” amablemente y todo sigue igual? ¿Qué hacer cuando hemos intentado establecer límites razonables y no los respetan? ¿Qué hacer cuando hemos utilizado tanto la técnica del disco rayado que quienes hemos terminado rayados somos nosotros?
Primero: no perder la calma.
Segundo: mandarle a freír espárragos.
Tercero: no sentirnos culpables por mandarle a freír espárragos.
El riesgo de tragar demasiado: asfixiarnos emocionalmente
Si todo el mundo aprendiera a utilizar esta expresión (o sus variantes) de forma correcta, liberadora y no agresiva, es probable que se necesitasen menos psicólogos porque podríamos reducir considerablemente el estrés que generan las relaciones tóxicas escapando de sus dinámicas antes de que sea demasiado tarde.
Y, sin embargo, ¿cuántas veces hemos tragado en seco? ¿Cuántas veces nos hemos mordido la lengua y nos hemos contenido en nombre de lo “políticamente correcto” para no parecer demasiado agresivos o para no incomodar a alguien que lleva bastante tiempo incomodándonos?
El problema es que, a fuerza de tragar tantas emociones, podemos terminar asfixiados. Permitir que los demás vulneren nuestros derechos una y otra vez porque nuestros intentos asertivos de poner límites caen en saco roto genera tensión, frustración e ira, sentimientos que nos van corroyendo por dentro.
Por ese motivo, la clave para proteger nuestro equilibrio mental no consiste en convertirnos en una mezcla de Mr. Wonderful y un monje zen, sino en ser capaces de adaptarnos a las circunstancias. Y a menudo eso implica relacionarnos con los demás usando un lenguaje que puedan entender y deje claro que estamos hasta las narices y no vamos a ceder ni un milímetro más.
Asertividad también es mandar a alguien a paseo
La Psicología siempre ha asumido una perspectiva conciliadora promoviendo la asertividad en las relaciones. Pero asertividad no es sinónimo de buenrollismo perenne y tolerancia ilimitada. De hecho, la palabra “asertividad” proviene del latín asserĕre, que significa afirmarse. Por tanto, se refiere fundamentalmente a la capacidad para expresar de forma clara y eficaz nuestras emociones, opiniones, necesidades y deseos.
Por supuesto, también debemos evitar herir a los demás. Pero eso no significa poner constantemente la otra mejilla porque caeríamos en un comportamiento masoquista en el que, para respetar a quien no nos respeta, terminamos por no respetarnos a nosotros mismos.
En este sentido, mandar a alguien a la mierda – literal o metafóricamente – no tiene una connotación agresiva sino más bien liberadora y afirmativa. Deja de ser una expresión de hastío e ira para convertirse en una expresión de autoafirmación personal.
Significa dejar ir el miedo a que el otro se enfade o a generar un conflicto, poniendo finalmente nuestras necesidades en un primer plano. Significa dejar clara nuestra postura de una vez y por todas trazando una línea inequívoca que el otro no puede traspasar. Significa poner un punto final para cerrar un capítulo que no estamos dispuestos a releer.
El arte de mandar a la mierda sin sentirse culpable
Necesitamos vivir en armonía con los demás. No cabe dudas. Pero debemos asegurarnos de no sacrificar nuestra paz interior en el altar de la armonía social.
No tenemos el poder de cambiar a quienes nos rodean, pero tenemos el poder de establecer límites personales para protegernos. Lo ideal es delimitar esas barreras desde el respeto, la amabilidad y la comprensión mutua. Pero cuando ese lenguaje encuentra oídos sordos, es lícito alejarnos de las personas que no atienden razones, nos presionan e intentan manipularnos.
Nos han inculcado que está mal mandar a alguien a paseo, como si no tuviésemos derecho a decir «no» o tuviésemos que soportar lo insoportable. Pero para llegar a un acuerdo se necesitan dos. Cuando el diálogo se convierte en un campo minado y la comprensión es una misión imposible, mandar a la mierda todo no solo es liberador, sino necesario. Porque llega un punto en la vida en el que mandar al infierno las dinámicas que nos hacen infelices es lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos. Sin remordimientos. Sin culpas.
Fuente:
Parkin, J. (2008) Fuck It: The Ultimate Spiritual Way. Hay House: California.
M R Perez dice
Gracias por compartir, estoy de acuerdo en tus comentarios.
El año pasado mandé a la mierda a una persona que me usaba de papelera.
Un saludo
Jennifer Delgado dice
Todo tiene un límite, y hay veces que hay que decir ¡basta!, por el bien de nuestro equilibrio emocional.
Efraín Aular dice
Para esos casos, muy particularmente, tengo un dicho agudo y sentencioso:
«Al carajo los enfermos que mi casa no es hospital»
Los enfermos: las personas tóxicas.
Mi casa: Mi cuerpo, mi mente y mi espiritu
JOSE BLAS GIMENEZ dice
Buenas tardes. El caso que expongo se trata de que nuestra nieta (14 años) «mandó a la mierda» a mi esposa (66 años) y no lo toleramos por el sólo hecho de que somos sus abuelos y, además, personas mayores. Saludos.
Jennifer Delgado dice
José Blas,
Lo que expongo en el artículo se refiere a relaciones entre personas adultas y, en especial, cuando una de ellas no acepta razones y no es posible el diálogo.
Los niños y adolescentes deben mostrarle a los adultos el mismo respeto que estos le muestran a ellos.
Es importante no usar pretextos «psicológicos» para encubrir actos que realmente solo revelan mala educación o conflictos más serios en las relaciones.
Un saludo