Cada día, miles de pensamientos pasan por nuestra mente. Muchos de ellos podrían catalogarse como preocupaciones. Algunas de esas preocupaciones emanan de un problema real, pero la inmensa mayoría parten de escenarios hipotéticos bastante improbables y nos conducen a escenarios aún más improbables, por lo que solo sirven para quitarnos el sueño y sumirnos en un estado de angustia permanente.
¿Qué es la preocupación?
Todos tenemos problemas, es una parte inevitable de la vida. Pero a veces, cuando nos concentramos demasiado en ellos con la excusa de resolverlos, podríamos estar haciendo algo mucho menos productivo: preocuparnos.
Las preocupaciones son un patrón de pensamiento negativo sobre cuestiones latentes que nos resultan estresantes o amenazantes. No se trata simplemente de recordar que olvidamos incluir algo en el informe que debemos presentar el lunes o tomar nota de que nos sentimos mal y debemos acudir al médico.
La preocupación es un período sostenido a lo largo del tiempo de pensamientos catastróficos sobre un tema, creando a menudo una tormenta en un vaso de agua al enfocarnos exclusivamente en los posibles resultados negativos y dibujando el peor de los escenarios.
El principal problema de las preocupaciones es que tienen el don de multiplicarse. Comienzas recordando que olvidaste incluir un dato en el informe y acabas concluyendo que te despedirán o esa ligera molestia se convierte en un cáncer en estadio terminal en tu cabeza.
Y lo peor de todo, es que a menudo confundimos ese bucle de preocupaciones con la resolución de problemas. Creemos que preocuparnos nos ayudará a solucionar el problema, pero a menudo solo nos sume en un bucle de angustia que nos hace perder completamente la perspectiva y, por supuesto, nos aleja de la solución.
La diferencia entre preocuparse y ocuparse no siempre es diáfana
Darle vueltas a las cosas una y otra vez, imaginando los peores resultados no tiene nada que ver con la resolución de problemas – aunque a menudo se nos olvida o nos cuesta notar la diferencia. De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Concordia constató que cuando a las personas les preguntan por qué se preocupan, a menudo dicen que es porque están intentando resolver algún problema.
Otra investigación llevada a cabo en la Universidad de Tokio también reveló que las personas que creen que es necesario pensar mucho para encontrar la mejor solución son más propensas a desarrollar un patrón de preocupación crónica. También comprobó que las personas más escrupulosas, responsables y apegadas al orden suelen caer en las preocupaciones más a menudo.
Ser capaces de distinguir la preocupación del proceso de resolución es esencial, no solo para evitar que los problemas empeoren, sino para proteger nuestra salud mental.
Cuando intentas solucionar algo, generalmente sigues un proceso lógico en el que identificas el problema y buscas opciones sopesando sus pros y contras hasta encontrar una solución aceptable. Luego elaboras un plan para ponerla en práctica.
La preocupación, en cambio, se centra más en todas las cosas que pueden salir mal. Es cierto que identificamos la amenaza o el problema, pero luego nos quedamos atrapados en un mar de pensamientos negativos, cayendo en un estado similar a la parálisis por análisis.
¿Sabes por qué tendemos a confundir ambos procesos?
Porque los problemas suelen generar miedo, angustia y ansiedad, lo que desencadena una reacción emocional que nos impide pensar con claridad y nos mantiene atrapados en un bucle de catástrofes cada vez mayores que solo sirven para hacernos sentir mal.
Ese círculo vicioso de preocupaciones alimentará el pesimismo y demandará un enorme esfuerzo mental que nos dejará agotados y sin fuerzas para buscar soluciones.
Si quieres resolver un problema, no te preocupes, ocúpate
“La preocupación es como una mecedora: te mantiene ocupado, pero no te lleva a ninguna parte”, dijo Erma Bombeck. Un experimento realizado en las universidades de Pensilvania y Towson lo comprobó.
Estas psicólogas pidieron a algunas personas que se preocuparan por un problema actual y a otras que consideraran su problema sin preocuparse, concentrándose, por ejemplo, en dividirlo en partes más pequeñas y plantearse metas, dejando de lado los pensamientos negativos.
Luego pidieron a todos que propusieran soluciones. Como era de esperar, la preocupación pasó factura: las personas preocupadas no sólo generaron soluciones menos eficaces, sino que eran menos propensas a aplicarlas y sentían menos confianza en sus capacidades para llevarlas adelante con éxito.
Por tanto, si sueles dedicar mucho tiempo a preocuparte y eso te genera tensión o angustia, manteniéndote atrapado en un bucle de pensamientos negativos, es hora de pasar a la acción. La preocupación crónica te resta calidad de vida, así que debes ponerle coto.
Así que la próxima vez que esas preocupaciones te asalten y amenacen con convertirse en un nubarrón negro sobre tu cabeza, simplemente desactívalas con una sola pregunta: ¿qué tengo que hacer para solucionar lo que me preocupa? Y hazlo, no le des más vueltas.
Referencias Bibliográficas:
Llera, S. J. & Newman, M. G. (2020) Worry impairs the problem-solving process: Results from an experimental study. Behaviour Research and Therapy; 135: 103759.
Hebert, E. A. et. Al. (2014) Positive beliefs about worry: A psychometric evaluation of the Why Worry-II. Personality and Individual Differences; 56: 3-8.
Sugiura, Y. (2007) Responsibility to continue thinking and worrying: Evidence of incremental validity. Behaviour Research and Therapy; 45(7): 1619-1628.
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