El desprecio suele ser una emoción despreciable. Valga la redundancia. Todos podemos experimentarlo en algún momento, pero no siempre estamos dispuestos a reconocerlo pues se trata de una emoción mal vista socialmente.
El desprecio puede ayudar a alguien a aumentar su autoestima, alejar a las personas que considera indeseables y reducir la ira inapropiada, pero al mismo tiempo corre el riesgo de proyectar una imagen negativa, fría y poco empática. En este sentido, Kant afirmaba que el desprecio le niega a toda persona el respeto esencial que merece, independientemente de que reprobemos su comportamiento.
Sin embargo, otros psicólogos argumentan que despreciar cierto comportamiento o incluso rasgo del carácter no implica necesariamente una condena a la persona en su totalidad. A pesar de ello, el desprecio está tan mal visto que investigadores de la Universidad de Bonn descubrieron que usamos muy poco esa palabra, aunque no ahorramos en términos relacionados con el enfado y la tristeza. De hecho, solemos suplantar el desprecio con palabras vinculadas a la ira y el odio ya que, aparentemente, nos sentimos más cómodos con esas emociones.
No obstante, independientemente de su deseabilidad social, el desprecio existe y cumple diferentes funciones psicológicas y sociales que debemos comprender para poder gestionarlo mejor.
¿Para qué sirve el desprecio?
Al igual que todas las emociones y sentimientos, el desprecio desempeña diferentes funciones, tanto a nivel personal como social, por lo que no podemos simplemente ignorar su existencia.
1. Función asociativa: nos permite reaccionar rápidamente
El desprecio es particularmente útil para establecer una asociación entre los estímulos y las emociones, lo cual nos ayuda a reaccionar rápidamente en determinadas circunstancias. Además, como asociamos esas emociones a nuestro sistema de creencias relevantes, el desprecio también nos permite establecer vínculos automáticos entre ciertas situaciones, personas o grupos para responder en consecuencia o incluso anticiparnos a un suceso.
A medida que esas asociaciones y emociones se consolidan, se vuelven más accesibles y nos ayudan a orientarnos rápidamente en nuestro entorno. O sea, el desprecio se convierte en una especie de brújula que nos permite alejarnos de lo que no valoramos y nos genera rechazo. Cuando se activa la respuesta de desconfianza y percibimos una escasa competencia, automáticamente sentimos la necesidad de alejarnos de esa situación.
A través de ese mecanismo ancestral que muchas veces ocurre de manera inconsciente, el desprecio también contribuye a consolidar nuestro sistema de valores y refuerza nuestra autoimagen ya que, en el fondo, nos confiere cierto sentido de superioridad respecto a lo que despreciamos. No podemos olvidar que, de cierta forma, esta emoción también está dirigida a preservar las jerarquías sociales, aunque no sea justo y sea discutible.
2. Función de autorregulación: nos ayuda a calmarnos
Otra función del desprecio particularmente importante se refiere a la autorregulación ya que en muchos casos contribuye a gestionar la ira o el odio. Psicólogos de las universidades de Ámsterdam y Kent creen que el desprecio nos ayuda a “enfriar” las emociones más peligrosas para que podamos encontrar la calma y la compostura. Es como si eligiésemos el desprecio en lugar de la ira.
De hecho, aunque la ira y el desprecio, se parecen, son diferentes. Ambas emociones implican culpar a otro por sus malas acciones, pero el desprecio encierra la idea de que es inferior, de manera que ni siquiera vale la pena nuestra atención o energía, razón por la cual no genera ira. Pensamos que podemos cambiar aquellos con los que nos enojamos, pero hemos renunciado a esa esperanza con quienes despreciamos.
En este sentido, esos mismos psicólogos realizaron un experimento en el que comprobaron que las personas solían excluir e ignorar a quienes eran objeto de su desprecio. En cambio, asumían una actitud antagónica contra quienes despertaban su ira. También constataron que al cabo de unos días, los participantes solían reconciliarse más con quienes habían despertado su ira que con el blanco de su desprecio.
Por tanto, otra función del desprecio es excluir al transgresor, a diferencia del objetivo de la ira, que es confrontacional. Por esa razón, no es extraño que Gottman comprobara que el desprecio de uno de los cónyuges (o de ambos) es el mejor predictor de divorcio.
Básicamente, el desprecio sirve para rebajar la intensidad de la ira e incluso llega a reemplazarla. Aunque ambas emociones constituyen una reacción ante un mismo evento, nos avisan que es necesario responder de manera diferente. Es una estrategia de reevaluación del tipo: “esta persona no es capaz de cambiar o no quiere hacerlo, por lo que no merece que me enfade”.
3. Función de distanciamiento social: nos protege de lo que rechazamos
Otra función del desprecio se refiere al esfuerzo que desencadena para establecer la distancia deseada, ya sea alejándose uno mismo o haciendo que el otro se aleje mediante las correspondientes expresiones despreciativas. Eso significa que generalmente actúa en dos sentidos: la persona que comunica el desprecio crea la distancia y quien lo recibe responde alejándose.
En las relaciones interpersonales, el desprecio crea una distancia social “protegiendo” los intereses de la persona que lo proyecta. Si despreciamos el engaño y la mentira, por ejemplo, nos mantendremos alejados de las personas falsas y mentirosas. Al mismo tiempo, esas personas percibirán ese rechazo y se alejarán de nosotros.
Desde esa perspectiva, el desprecio tiene una función protectora: nos mantiene relativamente a salvo de aquellos comportamientos que no encajan con nuestro sistema de valores y visión de la vida. El desprecio refuerza los límites sociales cuando alguien muestra un comportamiento que consideramos inadecuado.
Esa función de distanciamiento social incluso puede tener un efecto “positivo” en la persona objeto del desprecio (a pesar de que existen formas mucho más asertivas de lograr el mismo objetivo).
Una investigación desarrollada en las universidades de Pensilvania y Carolina del Norte reveló que en el entorno laboral, aunque las expresiones de desprecio tienen un efecto negativo en las relaciones interpersonales, también pueden conducir a una mejora de la calidad en el desempeño de la tarea. Es decir, los trabajadores que se sentían despreciados experimentaban la necesidad de mejorar su rendimiento para demostrar a los demás que estaban equivocados.
Obviamente, el desprecio sigue siendo una emoción compleja y ambivalente, cuya mera existencia suele generar cierto rechazo. Curiosamente, muchas veces el desprecio genera desprecio. Y es en esos casos en los que resulta más aceptado socialmente: cuando alguien responde con desprecio al desprecio recibido.
Sin embargo, independientemente de la valoración que hagamos de ese sentimiento, lo cierto es que existe y negarlo no hará que desaparezca. Es mejor comprender su origen y aprender a expresarlo de manera más asertiva, de forma que nos sirva para protegernos pero, al mismo tiempo, no dañe a la otra persona.
Referencias Bibliográficas:
Fischer, A. & Giner-Sorolla, R. (2016) Contempt: Derogating Others While Keeping Calm. Emotion Review; 8(4): 346-357.
Melwani, S. & Barsade, S. G. (2011) Held in contempt: The psychological, interpersonal, and performance consequences of contempt in a work context. Journal of Personality and Social Psychology; 101: 503–520.
Banse, R., & Scherer, K. R. (1996) Acoustic profiles in vocal emotion expression. Journal of Personality and Social Psychology; 70: 614– 636.
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