La comodidad, cuando es excesiva, termina convirtiéndose en un obstáculo. Los hombres más ricos y poderosos de la historia, desde Alejandro Magno hasta Napoleón o Luis XIV no pudieron disfrutar ni una fracción de las comodidades a las que tiene acceso gran parte de la población occidental en la actualidad.
De hecho, trabajamos mucho menos de las generaciones que nos precedieron. En los últimos 150 años, la media de horas anuales de un trabajador en los principales países occidentales se ha reducido a la mitad, pasando de 3.000 horas de trabajo al año a poco más de 1.500.
Entonces, ¿por qué nos sentimos cada vez más agobiados y estresados? Por qué no tenemos tiempo para nada y estamos saturados de trabajo? El problema es que ya no tenemos problemas reales. El problema es el exceso de comodidad.
Cambio conceptual inducido por la prevalencia
En 2018, Daniel T. Gilbert y un grupo de psicólogos de las universidades de Harvard y Virgina pidieron a unas personas que señalaran los puntos azules. Para ello, les presentaban en una pantalla 1.000 puntos cuyo color variaba de un púrpura intenso a azul.
El truco radicaba en que después de 200 intentos, los psicólogos redujeron la prevalencia de puntos azules a algunas personas.
Curiosamente, aunque la frecuencia de los puntos azules disminuyó, las personas siguieron detectándolos. ¿Cómo era posible?
Los participantes ampliaron su concepto de azul para incluir puntos que antes habían excluido. Al final del estudio, esas personas identificaban como azules puntos que en realidad eran púrpura y que lo seguían siendo para aquellos participantes que no habían sido sometidos a la disminución de la prevalencia.
Este fenómeno psicológico se conoce como “cambio conceptual inducido por la prevalencia”. En práctica, juzgamos los estímulos en un contexto más amplio, bajo la influencia del resto de estímulos que los rodean en el espacio o que los preceden en el tiempo.
Por ejemplo, la agresividad percibida depende naturalmente de la agresividad de los otros comportamientos estamos viendo o de los que hemos sido testigos. Cuando disminuyen los ataques, si la mayoría de los comportamientos son menos agresivos que antes, es probable que cambiemos nuestro concepto de agresividad, lo que nos conducirá a catalogar como “agresivos” comportamientos que no lo serían en otras condiciones o contextos.
Cuando la “señal” que estamos buscando se vuelve rara – como los puntos azules en el experimento – reaccionamos ampliando nuestra definición de la señal, por lo que podemos terminar encontrándola incluso cuando no está. Este fenómeno no solo se aplica a la percepción del color sino también a nuestros juicios morales. Por tanto, cuando experimentamos menos problemas en nuestra vida cotidiana, bajamos el umbral de lo que consideramos “problemas reales”. Y eso, en sí mismo, ya es un problema.
El exceso de comodidades de la sociedad occidental moderna está haciendo que disminuya nuestra tolerancia a los problemas, contratiempos y frustraciones, de manera que la más mínima incomodidad, percance o dificultad la experimentamos como un problema. Eso significa que, aunque los problemas hayan disminuido de manera objetiva y drástica, seguimos sintiendo que tenemos muchos problemas porque nuestro umbral ha disminuido. Así el exceso de comodidad nos lleva a experimentar incomodidad.
Si no tenemos problemas, los inventamos
Aunque muchos de los “problemas” actuales palidecen en comparación con los problemas del pasado o con los que afrontan muchas personas en los países menos desarrollados, pueden llegar a generar bastante sufrimiento porque se apoderan de nuestra mente y no siempre tienen una solución inmediata o concreta, como comer algo cuando llevas varios días con hambre.
¿Sabes cuál es la paradoja? Cuanto más nos protegemos, más comodidades buscamos o más distracciones ansiamos que nos alejen del malestar que causan esos problemas, más disminuye el umbral de lo que consideramos problemático y, por ende, más aumenta nuestra incomodidad, sufrimiento y malestar.
Las comodidades excesivas nos impiden lidiar con los pequeños problemas de la vida, de manera que coartan nuestras oportunidades para ir desarrollando la tolerancia a la frustración o la resiliencia. Como resultado, nos convertimos en personas más débiles e infelices, que carecen de las herramientas psicológicas adecuadas para lidiar con los verdaderos problemas de la vida.
Demasiada comodidad nos transforma en personas hipersensibles e híper reactivas. Nos deja con las emociones a flor de piel, listos para convertir cualquier contratiempo en un drama que nos quita el sueño. Como resultado, no es extraño que nos sintamos estresados, agobiados e insatisfechos.
¿Cómo salimos de ese bucle?
La solución no radica en convertirnos en masoquistas. Buscar consuelo o intentar sentirnos cómodos no es malo. De hecho, está grabado en nuestro ADN. Hemos evolucionado para conservar nuestra energía y evitar riesgos, en la medida de lo posible. El problema son los excesos.
“Si pensamos en un día habitual, este se rige en gran medida por los inventos de los últimos 100 años. En el último siglo no hemos hecho más que llenar nuestros hogares de objetos pensados para simplificar nuestra vida o hacerla más cómoda: colchones cada vez más suaves y cómodos, electrodomésticos que pueden sustituirnos en muchas tareas domésticas y el omnipresente smartphone dispuesto a satisfacer todas nuestras necesidades o curiosidades con un simple toque del dedo.
“Lo que alguna vez se consideró un lujo reservado para unos pocos afortunados ahora es la norma. Y cada vez que aumenta nuestro nivel de comodidad, en lugar de agradecerlo nos quejamos si por alguna razón nos vemos obligados a revivir la vieja normalidad, que ahora consideramos inaceptable”, escribió Michael Easter en su libro “The comfort crisis”.
Como las condiciones han cambiado, nuestra percepción de los problemas también lo ha hecho, de manera que ahora vemos como dificultades cosas que hace unas décadas no lo hubieran sido, como quedarnos sin batería o que la comida que hemos encargado a domicilio casa tarde mucho. Basta recordar que la caída de servicios como WhatsApp, Facebook e Instagram provoca olas de pánico y dispara las llamadas a psicólogos.
Nuestra resiliencia y nivel de tolerancia al riesgo han disminuido drásticamente. Como cazadores-recolectores, evitar el riesgo y el fracaso a toda costa podría significar la diferencia entre la vida y la muerte. Pero esa actitud de extrema cautela aplicada en la actualidad puede conducirnos a la inmovilidad más absoluta, ¡convencidos de que un fracaso profesional o personal equivale a ser atacados por un oso!
En su lugar, debemos exponernos de manera voluntaria a lo que tememos, nos resulta agotador, difícil o incómodo. Una de las prácticas que recomienda Easter es el “misogi”, un término que deriva de una antigua práctica de purificación sintoísta que implicaba darse un baño anual bajo una cascada de agua congelada en los bosques de Japón para purificarse, pero también para ponerse a prueba.
Obviamente, no es necesario replicar al pie de la letra ese desafío, la clave radica en encontrar aquello que representa un reto para nosotros y no solo nos anime a salir de la zona de confort tímidamente sino dejarla atrás por completo. Así podremos ponernos a prueba, recuperaremos la confianza en nuestras potencialidades y, sobre todo, reajustaremos nuestra perspectiva, de manera que demos a cada problema el lugar que merece en nuestra vida. Ni más ni menos.
Fuentes:
Gilbert, D. T. et. Al. (2018) Prevalence-induced concept change in human judgment. Science; 360(6396):1465-1467.
Easter, M. (2021) The comfort crisis: Embrace Discomfort to Reclaim Your Wild, Happy, Healthy Self. Michael Easter. Nueva York: Rodale Books.
Hildelisa figueredo gonzalez dice
Me encantan Los temas publicados .saludos