
En el entorno económico actual, el viaje hacia la independencia de los jóvenes es cada vez más largo y complicado. La dificultad para conseguir un trabajo estable y el elevado costo de la vida a menudo generan una mayor dependencia de los padres, haciendo que los hijos se queden en casa durante más tiempo que hace unas décadas.
Por supuesto, ese apoyo emocional y económico puede ser una experiencia positiva si finalmente los hijos logran independizarse, pero cuando pasan los años y los lazos de dependencia se refuerzan, termina convirtiéndose en un problema, tanto para los padres como para ese hijo que no encuentra su camino en la vida.
¿Qué es el síndrome de dependencia legitimada?
El síndrome de dependencia legitimada es un fenómeno en el que los adultos siguen dependiendo de sus padres de manera exagerada, aunque no posean ninguna discapacidad, hasta el punto de que ello dificulta su desarrollo y funcionamiento normal. Los hijos adultos no abandonan el hogar familiar, lo cual suele terminar generando dinámicas negativas entre ellos y sus padres.
A menudo esos hijos están constantemente enojados y resentidos y esperan que sus padres satisfagan sus demandas poco realistas. Generalmente culpan a los demás por sus problemas y tienen poca empatía, de manera que dan escasas muestras de agradecimiento por todo lo que sus padres hacen por ellos.
Esos hijos adultos creen que los padres deben ser sus cuidadores, los ven como proveedores de seguridad perpetuos, por lo que desarrollan una dependencia legitimada. No obstante, en el fondo suelen ser infelices ya que no logran encontrar su camino y desarrollar sus potencialidades, quedándose permanentemente bajo la sombra de los cuidados parentales.
Fallo en el lanzamiento: ¿por qué los hijos no logran independizarse?
En la comedia “Failure to Launch” de 2006 Matthew McConaughey encarnaba a un hombre de 35 años que no quería irse de casa de sus padres porque se sentía demasiado cómodo con esa vida. Su historia inspiró la frase “fallo en el lanzamiento” para referirse a una crianza que no logra encaminar a los hijos hacia la independencia.
Sin embargo, sería erróneo culpar únicamente a los padres ya que, en el fondo, estos solo reflejan las normas y expectativas sociales. De hecho, en las últimas décadas la crianza se ha movido cada vez más hacia la sobreprotección parental.
En el pasado, muchos niños jugaban en la calle hasta que se ponía el sol y todos los adultos tenían autoridad para reprenderlos si se comportaban mal. Los padres intervenían poco en las disputas infantiles para dejar que aprendieran a resolverlas solos. En casa, teníamos que seguir ciertas reglas y si nos equivocábamos, pagábamos las consecuencias.
Así aprendimos que la vida no es justa y no siempre es cómoda. Aprendimos a solucionar nuestros conflictos y a lidiar con las frustraciones y decepciones. Y, sobre todo, deseábamos independizarnos para vivir según nuestras propias reglas. De cierta forma, esa disciplina parental nos fue guiando poco a poco hacia la autonomía y la independencia.
Ese grado justo de incomodidad nos ayudaba a desarrollar las habilidades necesarias para convertirnos en adultos independientes. Sin embargo, quizá en los últimos tiempos los “padres helicóptero” hayan allanado demasiado el camino a sus hijos. Con el deseo de que tengan una vida mejor, les están ahorrando las “incomodidades” imprescindibles para crecer.
El problema es que al ahorrarles los problemas y las frustraciones también lastran las capacidades de sus hijos al evitar que se expongan a aquellas situaciones que les permiten madurar. Con el tiempo, los niños han dejado de aprender a resolver los problemas por sí solos y se han acostumbrado a buscar a los adultos para que les solucionen las cosas.
Lamentablemente, durante la niñez y la adolescencia, la principal habilidad de afrontamiento que los hijos aprenden es pedir ayuda a sus padres cuando tienen un problema. Por eso, al llegar a la edad adulta no debe sorprendernos que no sepan qué hacer y recurran a la única solución que conocen: pedir ayuda a mamá y papá. O peor aún, manipularlos emocionalmente para que los ayuden.
No es casual que psicólogos de la Universidad Estatal de California comprobaran que cuando los padres han implementado un estilo de crianza demasiado controlador, los niños crecen con una autoeficacia disminuida y cuando se convierten en adultos creen que tienen derechos casi ilimitados. También se ha apreciado que el síndrome de dependencia legitimada se produce especialmente cuando los padres consideran a sus hijos como una extensión de sí mismos.
Como resultado, en muchos casos detrás del síndrome de dependencia legitimada se encuentran unos padres excesivamente compasivos que simpatizan con cada muestra de incomodidad de sus hijos y siguen intentando resolver todos sus problemas. En otros casos, los padres simplemente no saben cómo lograr que sus hijos se independicen y hagan su propia vida.
La otra cara de la moneda son unos adultos jóvenes que tienen cada vez más dificultades para encontrar su camino, tanto emocional como económicamente. Han entrado a la edad adulta mal equipados psicológicamente para hacer frente a la decepción y los vaivenes de la vida.
Si los rechazan para un puesto de trabajo, se dan por vencidos porque no han aprendido a ser persistentes. No son capaces de gestionar las responsabilidades cotidianas y los conflictos inevitables de una relación de pareja. Albergan expectativas poco razonables sobre la vida, esperando que los demás satisfagan sus necesidades o las prioricen. Y creen que tienen derecho a las cosas materiales, aunque no puedan pagarlas.
Como resultado, se sienten más cómodos quedándose en casa tirados en el sofá, mientras los padres solucionan sus problemas, asumen sus responsabilidades y pagan todos sus gastos hasta los 30 años o incluso más.
¿Cuándo vivir en casa con los padres se convierte en un problema?
Cabe aclarar que el hecho de que un adulto viva con sus padres no es negativo en sí mismo. El hecho de que los padres ayuden a sus hijos cuando lo necesitan no es negativo. Y el hecho de que los hijos recurran a sus padres cuando tienen un problema en busca de consejo o apoyo tampoco es negativo.
Los padres pueden ayudar a sus hijos con amor y las mejores intenciones, pero con el tiempo hemos pasado de cuidar a nuestros hijos a convertirnos en sus proveedores perpetuos. Así se ha asentado la idea de que el trabajo de los padres nunca termina y que tienen la responsabilidad de corregir los errores de su hijo y hacerse cargo de ellos de por vida.
El problema surge cuando ese hijo adulto no es autónomo y no tiene el deseo de serlo. Cuando es incapaz de resolver cualquier problema por sí mismo y no tiene un proyecto de vida propio. Cuando piensa que no puede hacer las cosas de manera independiente y exige a sus padres que asuman sus responsabilidades.
El problema surge cuando los padres se quedan atados de por vida a un hijo que no quiere crecer, condicionando todas sus decisiones al mismo. Cuando no pueden disfrutar con tranquilidad de su jubilación, no tienen libertad o tienen que aceptar convertirse en los “chivos expiatorios” del fracaso de sus hijos.
A la larga, este tipo de convivencia suele generar una frustración subyacente en ambas partes. Ni el hijo es feliz, ni lo son los padres porque la sensación de fracaso planea sobre todos.
¿Cómo lograr que los hijos se independicen?
Los murciélagos de la especie Uroderma bilobatum dan a sus crías pequeños empujones para ayudarlos a “madurar”. Así contribuyen a que los antebrazos de las crías se desarrollen más rápido que el resto del cuerpo para que puedan aprender a volar. Una vez que las crías de halcones peregrinos aletean y practican un poco en el nido, las madres las toman en el pico y las dejan caer para que aprendan a volar, corrigiendo su vuelo en el aire para que no caigan a tierra.
La naturaleza nos enseña que es fundamental encontrar el equilibrio entre protección y autonomía. Por tanto, la clave para romper ese ciclo de dependencia consiste en ayudar a los hijos a desarrollar sus habilidades de afrontamiento y ganar confianza en sí mismos. Muchas veces eso implica dejar que los hijos experimenten cierto nivel de incomodidad para que aprendan a sobrellevar la frustración.
En lugar de imaginar a tu hijo adulto como un pajarito desvalido cuyas alas no lo sostendrán cuando abandone el nido, debes pensar en él como alguien autosuficiente y capaz de volar. No dejes que emociones como el miedo a lo que pueda pasarles te haga verlos y tratarlos como niños.
Pensar en tus hijos como incapaces en realidad los perjudica y los mantiene bajo tu ala. Por tanto, reconócelos como los adultos que son. Es probable que al inicio ese hijo adulto puede sentirse incómodo con los pasos que estás dando para que asuma sus responsabilidades, pero no debes sentirte culpable. A fin de cuenta, cierta dosis de incomodidad es fundamental para salir de la zona de confort.
Como madre o padre, siempre estarás disponible para tus hijos. Pero todo tiene un límite. Y ese límite se encuentra en el punto en el que tu ayuda le daña. La misión de los padres no es proteger eternamente a sus hijos sino educarlos para que aprendan a protegerse y afrontar la vida con sus propias fuerzas.
Fuentes:
Lebowitz, E. et. al. (2012) Parent training in nonviolent resistance for adult entitled dependence. Fam Process; 51(1):90-106.
Givertz, M. & Segrin, C. (2012) The Association Between Overinvolved Parenting and Young Adults’ Self-Efficacy, Psychological Entitlement, and Family Communication. Communication Research; 41(8): 10.1177.
Bishop, J., & Lane, R. C. (2002) The dynamics and dangers of entitlement. Psychoanalytic Psychology; 19(4): 739–758.
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