Nuestro cerebro es un maniático del orden y el control. A fin de cuentas, su misión es mantenernos a salvo, de manera que tiene que anticiparse a posibles amenazas para alertarnos. Por esa razón, busca patrones en todas partes que le ayuden a dar un sentido al pasado y prever el futuro.
Las pareidolias, que consisten en interpretar un estímulo vago y aleatorio como una forma reconocible, como cuando vemos una imagen en las nubes, es un ejemplo de los intentos de nuestro cerebro de buscar patrones reconocibles y dar cierto orden al caos.
En la vida cotidiana, también intentamos encontrar una explicación a lo que nos ocurre. Intentamos comprender de dónde proviene el ruido que nos ha sobresaltado o por que nuestra pareja ha decidido poner fin a la relación. Tenemos una imperiosa necesidad de buscar un sentido lógico a lo que nos sucede. Sin embargo, a veces podemos quedarnos atrapados en esa búsqueda de sentido.
Cuanto mayor sea la incertidumbre, mayor será la necesidad de buscar una explicación
En 2008, psicólogos de la Universidad de Texas diseñaron una serie de experimentos para comprobar cómo respondemos ante las situaciones inciertas. Activaban la sensación de inseguridad y falta de control de los participantes para luego pedirles que se sumergieran en entornos imaginarios, como la bolsa de valores, o vieran imágenes estáticas de la televisión.
Comprobaron que las personas que carecían de control tenían más probabilidades de percibir patrones ilusorios, como ver imágenes en la nieve del televisor, sacar correlaciones inexistentes en la información de la bolsa, percibir conspiraciones y desarrollar supersticiones.
Curiosamente, cuando los psicólogos les pidieron que realizaran ejercicios de autoafirmación, los participantes se calmaron y dejaron de buscar patrones donde no existían.
Sus experimentos demostraron que cuando sentimos que no tenemos el control de nuestro destino, el cerebro suele inventar patrones para ofrecernos una sensación de control que nos haga sentir más seguros. Obviamente, es una seguridad ilusoria, pero cuando no la encontramos, la perspectiva puede ser aún peor porque nuestro cerebro puede quedarse atascado en el bucle de la búsqueda de sentido.
Cuando el análisis conduce a la parálisis
Viktor Frankl, psiquiatra sobreviviente a los campos de concentración nazis, hizo de la búsqueda del sentido su leitmotiv. Creía que para superar la adversidad necesitamos encontrarle un sentido a lo que nos sucede. Sin embargo, el sentido al que se refería Frankl no era necesariamente una explicación lógica sino un significado psicológico personal. La diferencia puede parecer sutil, pero es importante.
Las personas que intentan buscar una explicación a todo lo que les sucede caen en una trampa: pensar demasiado. Es algo común cuando perdemos a un ser querido, sobre todo si su muerte fue inesperada. El primer impulso es buscar una explicación. Nos decimos que, si podemos entender lo que sucedió, podremos superarlo. Sin embargo, no siempre es así.
A veces podemos quedarnos atrapados en la búsqueda de ese sentido. Podemos dar mil y una vueltas sobre un detalle que no clarificará nada porque lo cierto es que los accidentes ocurren y no siempre existe una explicación lógica que pueda calmarnos.
Lo que busca nuestra mente es la confianza que nace del control y el orden. Lo que buscamos es una relación causa-efecto lineal que nos devuelva la sensación de seguridad perdida. Pero cuando nos enfrentamos a los cambios imprevistos lo que reina es el caos y la imprevisibilidad, por lo que muchas veces la búsqueda de sentido nos conduce a un callejón sin salida.
Intentar buscar una explicación a todo no siempre resuelve los problemas. Si caemos en esa trampa, incluso podemos confundir el pensar con el hacer. Así el análisis conduce a la parálisis.
Aunque sea difícil aceptarlo, no siempre podemos encontrar una explicación lógica a las cosas. No siempre podemos hallar la causa. A veces, solo podemos elucubrar, imaginar o intentar atar cabos sueltos. De hecho, en ocasiones el conocimiento – ensalzado por nuestra sociedad como valor máximo – ni siquiera brinda consuelo, sobre todo cuando no podemos hacer nada para solucionarlo.
A veces esa búsqueda de sentido simplemente termina siendo angustiante. Lejos de ayudarnos a aceptar lo ocurrido, nos mantiene en un estado de negación, rechazando los hechos solo porque no encajan en nuestra visión del mundo. Sin embargo, no debemos caer en el error hegeliano de pensar que si la teoría no concuerda con los hechos, peor para los hechos. Si no aceptamos los hechos, no podremos adaptarnos y las probabilidades de que suframos o nos hagamos más daño son mayores.
Primero la aceptación, luego la búsqueda del sentido personal
Es difícil. Lo sé. Sentimos la necesidad de encontrar una explicación a los comportamientos de los demás y a las cosas que nos ocurren porque así creemos que tenemos cierto control, que existe cierto orden y lógica en el mundo.
No obstante, hay ocasiones en las que tenemos que dejar de pensar y empezar a aceptar.
Eso no significa que debamos dar por bueno todo y nos tengamos que contentar con las primeras respuestas o que nos acomodemos en la pereza cognitiva, pero debemos asegurarnos de que el pensamiento no entre en bucle, siendo completamente infructuoso.
Tenemos que aceptar que no podemos comprenderlo todo. Aunque nos pese. Que no siempre encontraremos una explicación razonable que nos satisfaga o consuele. Que las cosas no siempre encajan en nuestra visión del mundo.
A veces, por el bien de nuestro equilibrio psicológico y salud mental, es mejor dejar de torturarnos buscando una explicación. A veces simplemente tenemos que aplicar la aceptación radical. Darnos permiso para pasar página. Dejar ir el dolor.
En ese punto, cuando hemos aceptado lo ocurrido, podemos pasar a la búsqueda de sentido personal. Ese significado no es una explicación lógica a lo que ha sucedido sino un sentido subjetivo que nos permite integrar la experiencia en nuestra historia vital. No es la búsqueda de las causas y los motivos en el pasado sino más bien la búsqueda de la enseñanza con vistas al futuro.
El sentido personal es lo que nos permite seguir adelante. Como cuenta Frank: “en una ocasión, un viejo doctor en medicina general me consultó sobre la fuerte depresión que padecía. No podía sobreponerse a la pérdida de su esposa, que había muerto hacía dos años y a quien él había amado por encima de todas las cosas. ¿De qué forma podía ayudarle? ¿Qué decirle? Pues bien, me abstuve de decirle nada y en vez de ello le espeté la siguiente pregunta: ‘¿Qué hubiera sucedido, doctor, si usted hubiera muerto primero y su esposa le hubiera sobrevivido?’ ‘¡Oh!’, dijo, ‘¡para ella hubiera sido terrible, habría sufrido muchísimo!’ A lo que le repliqué: ‘Lo ve, doctor, usted le ha ahorrado a ella todo ese sufrimiento; pero ahora tiene que pagar por ello sobreviviendo y llorando su muerte’.
“No dijo nada, pero me tomó la mano y, quedamente, abandonó mi despacho. El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio”.
Fuentes:
Whitson, J. A. & Galinsky, A. D. (2008) Lacking Control Increases Illusory Pattern Perception. Science; 322 (5898): 115-117.
Frankl, V. (1979) El hombre en busca de sentido. Editorial Herder: Barcelona.
Luis Ángel Mendiola Martínez dice
Interesante muy interesante.