Estamos programados para elegir el placer y evitar el dolor. Es natural. Preferimos aquellas cosas que nos hacen sentir y estar bien mientras evitamos aquellas que nos hacen sentir y estar mal. La evasión forma parte de la vida. Y es una estrategia valida que puede evitarnos disgustos, problemas y conflictos, pero cuando se convierte en la norma deja de ser adaptativa y comienza a generar problemas.
¿Qué se esconde detrás de la conducta evitativa?
La evitación es un intento de minimizar y evitar la amenaza, el peligro o la ansiedad. Su principal cometido es protegernos de lo que percibimos como una amenaza. Obviamente, el grado de evitación dependerá directamente de la gravedad con la que se reviste la amenaza ante nuestros ojos.
No obstante, es importante tener claro que, excepto en aquellas situaciones que representan un peligro evidente para la vida, la noción de amenaza es bastante subjetiva. Lo que puede ser amenazante para una persona, quizá no lo sea para otra.
Algunos de nuestros miedos – y, por ende, nuestra percepción del peligro – se basan en experiencias pasadas. Eso significa que si nos mordió un perro, es probable que les tengamos miedo, aunque muchos de ellos no representen una amenaza real.
Otras veces los comportamientos de evitación se desatan debido a una concepción o creencia muy arraigada. Por ejemplo, si pensamos que determinado grupo de personas es peligroso, preferiremos evitarlo, aunque probablemente se trate de un estereotipo o prejuicio.
Como resultado, algunas de esas conductas evitativas podrían terminar convirtiéndose en un obstáculo para vivir con normalidad o incluso podrían limitar nuestro crecimiento personal. Por ese motivo, aprender a reconocerlos es el primer paso para superarlos.
¿Qué tipos de conductas de evitación existen?
El psicólogo Matthew McKay describió cinco tipos de conductas de evitación:
1. Evitación situacional
Se trata del tipo de evasión más común ya que nos hace sentir más seguros. Básicamente, consiste en mantenernos alejados físicamente de las personas, lugares, cosas o actividades que nos resultan amenazantes.
Este tipo de comportamiento evitativo se manifiesta en el trastorno de estrés postraumático y las fobias. Si una persona tiene claustrofobia, por ejemplo, evitará los espacios cerrados. El problema es que, de esa forma, es posible que termine limitando cada vez más su zona de confort, viviendo en un espacio que se reduce paulatinamente demarcado por el miedo.
2. Evitación cognitiva
Este tipo de evasión se produce a nivel interno y todos, en algún que otro momento, hemos recurrido a ella. La evitación cognitiva consiste en apartar activamente de la mente los pensamientos o recuerdos angustiantes. La ponemos en práctica cada vez que nos decimos: “no pienses en ello”.
No obstante, también se manifiesta cuando nos distraemos para evitar pensar en un problema, soñamos despiertos para no afrontar determinada situación o si recurrimos al alcohol, la comida o incluso las drogas para evitar pensar.
Obviamente, en algunos casos distraerse y detener los pensamientos rumiativos es conveniente para evitar caer en un estado de preocupación crónica. Sin embargo, si adoptamos conductas evitativas desadaptativas o evitamos buscar soluciones, es probable que el problema siga creciendo desmesuradamente.
3. Evitación protectora
La evitación protectora se refiere a esas acciones que nos ayudan a sentirnos más seguros internamente. Incluye todos aquellos rituales que nos transmiten tranquilidad, confianza y seguridad, los cuales se activan ante la amenaza, aunque generalmente son una forma para prevenir el riesgo.
Puede tratarse de amuletos de la suerte, pero también de rutinas de limpieza o el simple hecho de comprobar la cerradura varias veces. De hecho, este tipo de comportamientos evitativos está muy relacionado con el perfeccionismo y se encuentran en la base del trastorno obsesivo-compulsivo.
4. Evitación somática
La evitación somática se produce cuando intentamos alejarnos de situaciones que provocan una respuesta física similar a la ansiedad o el estrés. Cuando una situación desencadena un ataque de pánico, es probable que terminemos evitándola en un futuro para prevenir los síntomas físicos como las palpitaciones, mareos, problemas para respirar…
El problema es que muchas veces, esa conducta evitativa se extiende a otras situaciones que no son peligrosas pero que generan respuestas físicas similares, como pueden ser las situaciones emocionantes o inciertas, lo cual puede terminar limitando considerablemente nuestra vida.
5. Evitación sustitutiva
La evitación sustitutiva se puede producir tanto a nivel mental como de comportamiento, aunque en ambos casos se trata de sustituir lo que deseamos evitar con algo que podemos gestionar mejor. En la esfera emocional, por ejemplo, podríamos sustituir la envidia con la ira ya que consideramos que es más aceptable y logramos lidiar mejor con esa emoción.
Internamente, es como reemplazar ciertos sentimientos, ya sea la tristeza o el dolor, con algo que nos resulte más aceptable, como la ira. A nivel de comportamiento, podríamos intentar lidiar con el dolor emocional recurriendo a la comida, las redes sociales o el juego, los cuales se convertirían en una forma desadaptativa para gestionar las emociones.
En resumen, estas estrategias de afrontamiento evitativo pueden darnos un respiro, pero a la larga generalmente nos impiden lidiar con el problema, de manera que es fácil que este continue creciendo, generando cada vez más tensión y ansiedad, lo cual nos sumirá en una espiral negativa.
Por esa razón, si bien en algunas circunstancias las conductas evitativas pueden ser una buena decisión, no siempre podemos seguir esa senda. Es necesario tomar esa decisión conscientemente, valorando siempre los pros y contras. Así no nos limitaremos a reaccionar, sino que realmente seremos capaces de tomar las riendas de nuestra vida.
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