En los tiempos que corren, con las emociones a flor de piel y la generación “copo de nieve” ganando protagonismo en la sociedad, todo parece contener la semilla de la ofensa. Una palabra fuera de lugar o una actitud vaga bastan para hacer saltar todas las alarmas y que los demás se sientan ofendidos.
Sin embargo, confundir la ofensa con el disgusto nos conduce a un escenario distópico. Cuando todos sienten que están caminando sobre cristales a punto de romperse, se instala la autocensura y se destierran las diferencias. Aunque todo parece fluir en la superficie, la tormenta se desarrolla en las zonas más profundas. Y antes o después irrumpirá de la peor manera, arrastrando todo a su paso.
Por esa razón, hoy más que nunca, es fundamental comprender la diferencia entre sentirse ofendido o contrariado.
¿Qué es una ofensa realmente?
La palabra “ofensa” proviene del latín offēnsa, derivado de féndere, que significaba empujar o golpear, por lo que en el pasado se utilizaba fundamentalmente para referirse a los ataques físicos. Con el paso del tiempo, se dejó de usar para designar las heridas físicas y se reservó para las agresiones al honor o a la dignidad.
En términos psicológicos, la ofensa es un sentimiento provocado por un ataque que pone en entredicho nuestro autoconcepto e identidad. Pertenece a lo que se conoce como “emociones autoconscientes” – al igual que la vergüenza, la culpa y el orgullo – por lo que puede llegar a ser particularmente intensa y tiene un gran poder dinamizador sobre el comportamiento. Es decir, su impacto suele ser tan fuerte que nos empuja a reaccionar.
De hecho, en 1976 el psicólogo alemán W. Zander identificó las tres fases por las que atraviesa una ofensa:
- Identificación de la causa de la ofensa, que implica la interpretación de lo ocurrido como un insulto a un valor ideal.
- Valoración de la intensidad de la ofensa, la cual dependerá en gran medida del grado en que afecte la autoimagen y de cuánto se compartan las creencias y valores del ofensor.
- Reacción emocional y conductual ante la ofensa, generalmente con la intención de buscar un desagravio.
Este camino demuestra que todo no depende de las palabras dichas sino también de los oídos que escuchan. La ofensa puede ser un ataque directo, pero a veces podemos sentirnos ofendidos por cosas más sutiles e implícitas, como la falta de atención e incluso un comportamiento altruista que nos parezca humillante.
De hecho, detrás de la ofensa solemos percibir un ataque a nuestra esencia. Cuando alguien cuestiona la imagen que tenemos de nosotros mismos o pone en entredicho nuestros valores, puede sacar a la luz nuestras inseguridades. Y cuanto mayor sea esa inseguridad que se encuentre en la base y la disonancia que provoquen las palabras dichas con nuestro autoconcepto, mayor será la ofensa y más propensos seremos a reaccionar para defender nuestro ego herido.
Sentirse contrariado por las diferencias
Hace unos años, profesores de las universidades de Yale, Oxford y Cambridge dieron la voz de alarma al notar que a sus clases estaba acudiendo una nueva generación de estudiantes particularmente susceptibles, con baja tolerancia a la frustración y propensa a dramatizar. Lo cierto es que cuando no tenemos una autoestima sólida y abrazamos un sistema de valores demasiado rígido, aumentan las probabilidades de que nos convirtamos en personas que se ofenden con facilidad.
Curiosamente, un estudio desarrollado hace poco en la Universitá degli Studi Roma Tre reveló que más personas se sienten ofendidas por una simple crítica (24%) que por un insulto directo (16%) y que consideramos más ofensivas las omisiones (27%) que las injusticias (17%), la hostilidad (13%) o incluso los engaños (10%).
Estos investigadores también comprobaron que cada vez nos sentimos más ofendidos en solitario, de manera que la ofensa está dejando de ser una humillación pública para convertirse en un sentimiento de índole más privada, por lo que no es extraño que esté aumentando el número de ofensas indirectas. Concluyeron que “sentirse ofendido es principalmente una condición íntima”.
Si no aceptamos que todos somos únicos, hacemos las cosas de manera diferente, pensamos distinto y vivimos a nuestra manera, es probable que incluso los roces cotidianos o las pequeñas discrepancias terminen contrariándonos. Y corremos el riesgo de confundir esa contrariedad con las ofensas.
No nos damos cuenta de que el problema no son necesariamente los demás, sino que radica en nuestra incapacidad para lidiar con lo distinto, con todos esos estímulos que activan nuestras inseguridades y ponen en entredicho nuestro ego o creencias más arraigadas.
No obstante, debemos tener claro que ser contrariados puede disgustarnos, molestarnos o incluso enfadarnos, pero no implica una ofensa. Que alguien nos contradiga o piense de manera diferente no es un agravio. Y si lo percibimos como tal, tenemos un problema, que deberíamos resolver mirando en nuestro interior, en vez de destinar toda esa energía a acusar a los demás o intentar silenciarlos en un intento de imponer nuestras inseguridades.
La solución estoica para no sentirse ofendido
Epicteto pensaba que lo ofensivo no es la persona, sus actos o palabras, sino nuestro juicio sobre lo ocurrido. “Nadie puede dañarte sin tu consentimiento, serás lastimado en el preciso instante en que permites que te dañen”, explicaba.
Para este filósofo, una de las mayores conquistas del hombre sabio consiste en convertirse en “aquel que no puede ser perturbado por nada más que su decisión razonada”. Con esas palabras, los estoicos nos recuerdan que no podemos controlar lo que digan o hagan los demás, pero somos dueños de nuestras reacciones.
Que algo nos contraríe significa simplemente que lo que estamos viendo o escuchando no nos gusta o no encaja con nuestra forma de ser o visión del mundo. Podemos evitar que nos afecte, en vez de convertirlo en una ofensa que termine añadiendo peso a nuestro equipaje emocional, dejando que afecte nuestras relaciones interpersonales.
Por tanto, la próxima vez que te sientas ofendido, pregúntate si quizá tan solo te han contrariado. La diferencia es importante.
Referencias Bibliográficas:
Poggi, I. & D’Errico, F. (2017) Feeling Offended: A Blow to Our Image and Our Social Relationships. Front Psychol; 8: 2221.
Mistler, B. J. et. Al. (2012) The Association for University and College Counseling Center Directors Annual Survey Reporting. AUCCCD Survey; 1-188.
Zander W. (1976) Taking offence as seen in depth-psychology. Psychother. Med. Psychol; 26: 1–9.
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