
La vida no siempre fluye en línea recta. A veces intenta empujarnos en direcciones opuestas. Ya sea a la hora de tomar una decisión trascendental o en las relaciones que entablamos, los conflictos pueden aparecer en cualquier momento.
Sin embargo, lo cierto es que los conflictos no suelen surgir de la nada. Generalmente van gestándose poco a poco, como una tormenta que se va formando en el horizonte, aunque muchas veces no seamos plenamente conscientes de ello.
Los conflictos siguen un proceso: inician, escalan, explotan (o no) y finalmente se resuelven o se enquistan. Cada una de esas fases del conflicto llega cargada con su propio fardo de emociones y desafíos, pero también encierran oportunidades. Saber en qué punto del camino estamos facilitará la resolución del conflicto de la mejor manera posible.
Las 5 fases del conflicto: de lo invisible a lo inevitable
“Nunca habíamos estado completamente de acuerdo”, “todo parecía ir bien, pero algo no encajaba” o “realmente no tenía ni idea de que teníamos un problema”… Cualquiera que sea la manera en que comience un conflicto, suele seguir un recorrido bastante predecible, como si de una obra en cinco actos se tratase.

Etapa 1: Conflicto latente
Los conflictos no explotan de un día al otro. Generalmente se van gestando con mayor o menor rapidez bajo la superficie. Por eso, la primera fase del conflicto suele ser relativamente tranquila. De hecho, muchos la catalogan como un conflicto latente ya que los problemas se mantienen por debajo del radar, aún no han aflorado a la conciencia de ninguna de las partes implicadas.
Sin embargo, ya existen frustraciones ocultas, diferencias de valores o intereses, objetivos dispares o fallos en la comunicación. Por ejemplo, en una pareja, uno puede empezar a sentir que siempre cede en los planes, pero no lo dice por no generar tensión. En un equipo de trabajo, alguien puede pensar que no se valoran sus ideas, pero lo achaca al estrés general. Todo parece estar “bien”, pero el malestar va creciendo por dentro.
En algunos casos, las personas pueden pasar años en esta fase y el conflicto nunca sale a la luz, aunque eso no significa que no esté haciendo ruido por dentro. Sin embargo, cuando las diferencias se acrecientan, el conflicto pasa a la siguiente etapa.
Etapa 2: Conflicto percibido
En esta fase, el conflicto comienza a asomar la cabeza. Las personas involucradas toman conciencia de que algo no va bien. Ya no se trata solo de una incomodidad vaga o de un malestar silencioso: hay una toma de conciencia de que existe un problema, una diferencia o una tensión que puede convertirse en una amenaza o desafío.
Sin embargo, en esta fase no siempre ambas partes perciben el conflicto al mismo tiempo. Por ejemplo, en una amistad una persona puede empezar a sentir que el otro ya no está tan presente como antes, que responde con frialdad o que evita ciertos temas. Mientras tanto, la otra persona quizás no haya notado ningún cambio todavía o si lo ha percibido, lo minimiza. Lo mismo puede pasar en el trabajo: un miembro del equipo puede sentirse excluido de las decisiones importantes, mientras que los demás no se dan cuenta del efecto de sus actos.
Esa falta de sincronía puede intensificar la sensación de aislamiento o injusticia. Las personas comienzan a formarse opiniones, a tomar partido (aunque sea internamente) y a construir narrativas sobre lo que está ocurriendo: “siempre soy yo quien cede” o “no me valoran”. Esas interpretaciones no siempre son comunicadas en esta fase del conflicto, pero ya están matizando la relación… y preparando el terreno para lo que viene.
Etapa 3: Conflicto sentido
En esta fase, el conflicto se empieza a vivir en carne propia. Lo que antes era una percepción del tipo “creo que pasa algo”, se convierte en una experiencia emocional intensa. El malestar se instala y las emociones ganan peso y volumen: frustración, enfado, tristeza, miedo, resentimiento. Todo se siente más personal.
En esta etapa del conflicto, cada gesto o palabra puede doler más de la cuenta. En una relación de pareja, un comentario irónico que antes se habría dejado pasar ahora se recibe como una falta de respeto. En el trabajo, una corrección frente a otros puede interpretarse como un ataque directo a la autoestima. Y en una familia, el hecho de que alguien no conteste un mensaje puede vivirse como una muestra de desprecio o desinterés.
El problema es que ya no se trata solo de lo que ocurre, sino de las intenciones que cada persona empieza a atribuirle al otro. Se instala la sensación de esto no es solo una diferencia de opinión y se comienza a pensar: “es que no me entiendes”, “no me respetas” o “no te importo”. Como resultado, la conexión emocional comienza a romperse y el foco se desplaza del problema al vínculo. Ya no se piensa sobre quién debía hacer qué, sino sobre cómo me siento contigo.
Etapa 4: Conflicto manifiesto
En este punto, ya no hay forma de disimularlo: el conflicto se vuelve evidente para los demás. De hecho, las partes suelen entrar en una etapa de confrontación directa. Salta a la superficie y cualquiera que esté cerca puede notarlo: compañeros, familiares, amigos…
Dentro de todas las fases del conflicto, esta es una de las más intensas porque el malestar se expresa con palabras, gestos, silencios o explosiones. En el entorno laboral, puede traducirse en reuniones tensas donde alguien interrumpe con ironía o responde con hostilidad: “Claro, como tú siempre tienes la razón”. En una pareja, puede aparecer en las discusiones, donde uno grita y el otro se va dando un portazo. En una familia, basta una cena en la que el silencio lo dice todo, o un comentario punzante lanzado con demasiada intención: “Tú nunca estás cuando se te necesita”.
La comunicación, que ya venía erosionada, se vuelve peligrosa adquiriendo tintes defensivos, acusatorios, hirientes, cortantes o directamente se vuelve inexistente. Se habla con sarcasmo, se grita, se evita al otro, se le acusa o se responde con frases que buscan más herir que resolver las diferencias. Y cada frase dicha (o no dicha) se convierte en munición emocional que alimenta aún más la tensión.
Lo más difícil de esta etapa es que el dolor ya no es solo emocional, también es relacional. Se ha roto algo en la conexión entre las personas y, si no se gestiona con cuidado, el conflicto puede volverse destructivo: romper vínculos, dañar la autoestima, instalar resentimientos a largo plazo.
Etapa 5: Estancamiento o resolución del conflicto
Esta fase del conflicto es decisiva porque las discrepancias ya se expresaron, se vivieron intensamente, y ahora solo quedan dos caminos. O bien se transforman en una oportunidad de aprendizaje, acercamiento y madurez… O las diferencias se acrecientan y supuran, como una herida mal cerrada que vuelve a reabrirse en cualquier momento. En esta etapa no hay garantías, sino elecciones.
Cuando un conflicto entra en un estado de estancamiento, nadie da el primer paso ni está dispuesto a ceder. Cada uno se instala en el orgullo, el miedo a volver a exponerse o la desconfianza. Por ejemplo, dos amigas que han tenido una discusión fuerte pueden seguir viéndose en el grupo, pero pasar semanas o meses sin hablarse directamente. Unos colegas siguen trabajando juntos, pero con una distancia evidente: se comunican lo justo, se evitan en los pasillos, ya no hay colaboración ni feedback.
Lo peligroso del estancamiento es que el conflicto no desaparece, solo se congela. Y desde ahí puede crecer el resentimiento, los comportamientos pasivo-agresivos o incluso la ruptura definitiva del vínculo. A veces, lo que se rompe no es la relación, sino la confianza: ya no esperamos nada del otro. Y esa es una forma silenciosa de rendición.
Pero hay otro camino: la resolución. Y no hablamos de que todo vuelva a ser como antes, sino de llegar a acuerdos reales, honestos y sostenibles que partan de una conversación honesta. Una conversación donde la idea no es ganar, sino comprender al otro y ponerse en su lugar. Una conversación en la que se hable con claridad, pero también se escuche con humildad. Hay que poner sobre la mesa lo que más duele, pero también lo que más importa.
En una pareja, puede ser una charla en la que ambos reconocen sus errores, expresan lo que necesitan y acuerdan cómo cuidar mejor la relación. En un equipo de trabajo, puede implicar una reunión facilitada por una tercera persona donde se revisen los procesos de comunicación, se reconozcan los malentendidos y se construyan nuevas dinámicas.
Cuando se logra resolver un conflicto, no solo se soluciona el problema, también se fortalece el vínculo. Porque atravesar un conflicto con conciencia y responsabilidad puede dejar cicatrices, pero también puede ser el terreno donde crezca el respeto y el compromiso. Como dijera William James en su famosa frase sobre los conflictos: “siempre que tengas un desencuentro con alguien, hay un factor que puede marcar la diferencia entre dañar la relación y fortalecerla. Ese factor es la actitud”.
Referencias Bibliográficas:
Thomas, K. W. (1992) Conflict and Conflict Management: Reflections and Update. Journal of Organizational Behavior; 13(3): 265-274.
Pondy, L. R. (1967) Organizational conflict: Concepts and models. Administrative Science Quarterly; 12(2): 296–320.
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