¿A quién no le gusta pensar que es una persona observadora? Preferimos creer que no se nos escapa ningún detalle. Que nuestros ojos siempre están atentos y nuestros oídos aguzados. Sin embargo, realmente no hay tantas personas realmente observadoras. Y si quieres saber si formas parte de ese grupo, responde a estas simples preguntas:
¿Cuántos escalones hay frente de tu casa o hasta tu apartamento?
¿De qué color es el edificio que se encuentra justo delante o al lado de tu oficina?
¿Lleva gafas tu vecina/o? ¿De qué color son?
Cuando recorres los mismos lugares, todos los días y de la misma manera, es habitual obviar los detalles. En la era de la distracción digital, también es fácil ensimismarse en el móvil y olvidarse de lo que nos circunda. Sin embargo, incluso en esas situaciones, las personas observadoras siguen prestando atención a los pormenores, es como si tuvieran un sexto sentido para los detalles y los cambios que pasan desapercibidos para los demás.
Las 5 características de una persona observadora
Las personas observadoras tienen una especie de “superpoder” que les permite vivir y relacionarse de manera diferente:
- Notan los pequeños detalles. A quienes tienen el «don» de la observación se les escapan pocas cosas. No suelen andar distraídos, sino que prestan atención a su entorno, de manera que son los primeros en percatarse de los cambios, incluso los más insignificantes. Es difícil que algo escape a su mirada y oído atentos.
- Son buenos “leyendo” a la gente. Las personas observadoras no solo prestan atención al ambiente, también suelen ser muy sensibles ante los otros. A menudo eso significa que son capaces de captar las microexpresiones faciales y las pequeñas variaciones en la postura corporal o el tono de voz, por lo que pueden intuir cuando alguien se siente mal, está mintiendo o es feliz. Si ven una película, por ejemplo, podrán notar las sutilezas y darse cuenta del giro de la trama mucho antes que los demás gracias a un detalle o una frase aparentemente insignificante.
- Tienen buena memoria. La mayoría de las personas observadoras cuenta con una buena memoria, al menos para los detalles. Pueden recordar cosas de su pasado con bastante nitidez, así como recuperar conversaciones y experiencias con todo lujo de detalles. Aunque no llegan a tener una memoria fotográfica, lo cierto es que su capacidad para recordar todo tipo de detalles a menudo impresiona a los demás. Generalmente esa habilidad fuera de lo común se debe a que suelen estar plenamente presentes, de forma que sus experiencias son más vívidas y se graban mejor en su memoria, en comparación con quienes siempre tienen la mente en otra parte.
- Son muy analíticas. La capacidad para fijarse en los pequeños detalles hace de una persona observadora un gran analista. El pensamiento analítico implica descomponer los problemas en pedazos más pequeños para comprender cómo interactúan y poder buscar una solución. Por tanto, se trata de personas que detectan patrones que pasan desapercibidos para los demás, lo cual suele darles ventaja de cara al futuro.
- Gran capacidad de concentración. La observación va de la mano de la atención. No podía ser de otra manera. Por eso, las personas observadoras son capaces de mantenerse concentradas durante largos periodos de tiempo. Eso implica que pueden leer durante varias horas sin perderse en sus pensamientos, estar plenamente presentes en una conversación o incluso disfrutar de un paisaje absorbidas por lo que ven o sienten.
Lo malo de ser una persona observadora
¿Alguna vez has escuchado la expresión “El diablo está en los detalles”? Si eres una persona observadora, te sentirás plenamente identificada porque a veces esa perspicacia también se vive como una “maldición”.
Cuando la mayoría de las personas no se fija en los detalles, la propensión a ver lo que los demás no perciben puede llegar a causar grandes problemas y complicaciones. De hecho, en muchas ocasiones la persona observadora puede sentirse como un extraterrestre y se pregunta cómo es posible que los demás no vean lo que para ella es tan evidente.
En ocasiones, esas diferentes perspectivas de la situación pueden dar pie a conflictos y discusiones, creando roces en las relaciones interpersonales.
La capacidad para ver los pequeños detalles también puede volverse en su contra durante las interacciones. A fin de cuentas “desnudar” emocionalmente al otro no siempre es conveniente, a menos que seamos capaces de gestionar las incongruencias que percibimos.
Las personas observadoras también corren el riesgo de caer en el perfeccionismo patológico. Si no son capaces de ir más allá de los detalles, pueden quedarse atrapadas en su bucle, de manera que los árboles les impiden ver el bosque.
¿Cómo aprovechar esa capacidad observacional?
En 2007, el ganador del Grammy Joshua Bell se puso una gorra de béisbol y tocó a Bach con su violín durante la hora pico en una estación de metro de D.C. como parte de un experimento social. Los viandantes pasaban apresuradamente por su lado sin darse cuenta de quien era, a pesar de que dos días antes había agotado las entradas para tocar en teatro en Boston, a un precio medio de 100 dólares.
Durante los 45 minutos que tocó, solo 6 personas se detuvieron para escucharlo. Unas 20 le dieron dinero, pero continuaron su camino sin más. El músico solo recaudó 32 dólares y el experimento demostró que la inmensa mayoría de la gente va por la vida en piloto automático.
De hecho, en la era de la distracción, la atención, la concentración y la observación son un bien todavía más preciado. La clave consiste en ser conscientes de sus “efectos adversos” para mantenerlos bajo control.
La observación es mucho más que mirar, se trata de prestar atención a detalles, patrones y matices que muchas veces pasan desapercibidos. Implica involucrar todos nuestros sentidos y estar completamente presente en el aquí y ahora.
Cuando observamos, podemos extraer información valiosa, detectar oportunidades e identificar riesgos potenciales. Esa capacidad nos permite ver más allá de la superficie para descubrir esas verdades subyacentes que normalmente se mantienen ocultas a simple vista.
Si ya eres bueno fijándote en los detalles, de vez en cuando intenta dar un paso atrás – metafóricamente hablando – para que puedas vislumbrar el cuadro completo. Analiza, pero no olvides sintetizar. Al tener una imagen más general de la situación, podrás tomar mejores decisiones.
Utiliza esa información “privilegiada” con tacto y sensibilidad para moverte en el mundo social. La capacidad para detectar las emociones más profundas de quienes te rodean debería ayudarte a acercarte a ellas, con la empatía como estandarte.
Usa ese “superpoder” para llegar a una comprensión más profunda de las personas, las situaciones y los entornos. Al observar activamente, puedes descifrar señales no verbales, descubrir motivaciones y comprender mejor el comportamiento humano.
Y hazlo con curiosidad, sin juzgar. Plantéate preguntas y desafía tus propias suposiciones para intentar comprender diferentes puntos de vista. Todo con la mente abierta. De esa forma, lo malo de ser una persona observadora se minimizará dejando paso al enorme potencial que encierra esa increíble capacidad.
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