Cuando estás perfectamente centrado, en armonía y sientes que todo fluye, puede ser muy frustrante que un encuentro casual o determinadas circunstancias alteren ese equilibrio que tanto te ha costado conseguir. Eso puede generar un estado de irritabilidad y ansiedad.
Obviamente, la ansiedad no suele ser agradable, sobre todo cuando se vuelve intensa y persistente. Sin embargo, tampoco es algo de lo que podamos escapar – por mucho que lo deseemos o intentemos. De hecho, las investigaciones han demostrado que una dosis moderada de ansiedad incluso puede ser beneficiosa, ayudándonos a aguzar los sentidos y tomar mejores decisiones.
El contagio emocional, la vía por la que se transmite la ansiedad de una persona a otra
¿Alguna vez te has sentido ansioso después de revisar las redes sociales? ¿O quizá luego de haber hablado con una persona visiblemente estresada? El estrés, la tensión y la ansiedad están por todas partes. De manera que a menos que decidas vivir como un ermitaño cortando todo contacto con la sociedad, tendrás que exponerte a esas emociones. Es inevitable.
Y dado que las emociones tienen el poder de difundirse como la pólvora, sobre todo las negativas, es prácticamente imposible que no terminen afectándote. El estrés es contagioso, así como la ansiedad. Por tanto, intentar escapar de ellas es una misión condenada al fracaso de antemano.
El contagio emocional es un fenómeno psicológico mediante el cual las emociones de una persona pueden propagarse a quienes la rodean. Esto se debe a varios fenómenos naturales, entre ellos la imitación.
Tenemos la tendencia a imitar a las personas con quienes interactuamos para facilitar la comunicación y establecer un vínculo más intenso. Muchas veces no nos damos cuenta, pero sincronizamos automáticamente nuestros movimientos, expresiones faciales, voces, posturas y comportamientos con los de los demás.
Como resultado, no es extraño que podamos captar sus emociones y comenzar a sentirlas en carne propia. Cuando empezamos a tensar los músculos, arrugar el entrecejo o movernos más rápido, nuestro cerebro recibe la señal de que algo no anda bien. Por ende, podemos terminar sintiéndonos realmente ansiosos o estresados.
Al captar las emociones de los demás, también corremos el riesgo de quedarnos “atrapados” en ellas. Si no somos conscientes de ese proceso y no hacemos un esfuerzo por preservar la calma, no es extraño que, en un mundo acelerado, sintamos la ansiedad de los demás, hasta el punto de hacerla nuestra.
En este sentido, un estudio realizado con ratones demostró que existe un complejo mecanismo de transmisión del estrés, que incluye incluso la liberación de sustancias químicas y hormonas, de manera que el estrés de uno de los animales provocaba cambios en el cerebro del otro.
Aunque seamos humanos, es probable que tengamos un mecanismo ancestral similar, de hecho, usamos las feromonas en nuestras relaciones mucho más de lo que suponemos o estamos dispuestos a admitir. El estrés, la ansiedad y el miedo son emociones particularmente importantes porque pueden alertarnos de un peligro, por lo que es lógico que estemos “programados” de manera natural para detectarlas con particular rapidez y eficacia, también a través de las señales más sutiles del lenguaje corporal.
No puedes escapar de la ansiedad, pero puedes mantenerla bajo control
La buena noticia es que la ansiedad es una respuesta normal y tiene una función adaptativa. Si somos personas empáticas, es comprensible que compartamos la preocupación y el estrés de quienes nos rodean o que incluso las cosas que ocurran del otro lado del mundo nos afecten emocionalmente.
De hecho, otro estudio desarrollado en la Universidad de Louisville, esta vez con personas, concluyó que existe “una relación indirecta entre la empatía y la ansiedad a nivel cerebral debido a las tendencias rumiativas y la preocupación que comparten”.
Sin embargo, ser empáticos no significa convertirnos en una esponja emocional y mucho menos sumergirse en la ansiedad por completo, hasta el punto de permitir que controle nuestras vidas.
Por tanto, el objetivo no es combatir la ansiedad, convirtiéndola en un estado aversivo del que debemos huir a toda costa, sino aprender a lidiar con las emociones y reacciones que desencadena para poder mantenerla bajo control e impedir que sobrepase el punto de no retorno.
Realizar ejercicios para relajar la mente, así como ejercicios de respiración, nos permitirá mantenernos equilibrados, así como asegurarnos de desconectar lo suficiente, de manera que el estrés y la tensión no se acumulen para que no terminen pasándonos factura. Quizá no puedas huir de ellos, pero puedes controlarlos. Y eso es lo más importante.
Referencias Bibliográficas:
Knight, L. K. et. Al. (2019) Convergent Neural Correlates of Empathy and Anxiety During Socioemotional Processing. Front. Hum. Neurosci.; 13: 3389.
Sterley, T. L. (2018) Social transmission and buffering of synaptic changes after stress. Nature Neuroscience; 21: 393–403.
Engert, V. et. Al. (2014) Cortisol increase in empathic stress is modulated by social closeness and observation modality. Psychoneuroendocrinology; 45: 192-201.
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